viernes, 30 de marzo de 2007

Costa Rica (día 1); Llegada a Puerto Jimenez.

Hace algunos días me quedé a mitad del relato de nuestro primer día en Costa Rica. A modo de resumen; Habíamos recorrido en todo terreno el Cerro de la Muerte, nos quisieron poner un multa (finalmente se quedo en “coima”) y casi nos quedamos sin gasolina en medio de la selva (cerca de Rincón).


Una vez que conseguimos gasolina, en teoría, ya no tendríamos ninguna incidencia. Habíamos pasado lo mas difícil del camino (según nos confirmaban en Rincón), teníamos el depósito lleno y, aunque era tarde (sobre las 8), nada más nos tenía porque pasar.

Mientras avanzábamos seguían cayendo intensos aguaceros, que nos obligaban a cerrar las ventanas del coche. El fuerte calor y la humedad hacían que se empañaran los cristales muchísimo y se hacía difícil ver los charcos. Para intentar compensar, teníamos que llevar el aire acondicionado a su máxima potencia, arriesgándonos a pilar un maravilloso resfriado en nuestro primer día de viaje.

Eso sí, cuando paraba de llover, nos apresurábamos para abrir, y los olores que llegaban de fuera eran increíbles. ¡Cómo echo de menos ese olor cuando estoy en Madrid y únicamente trago humo de coches!Por lo demás, el camino podría haber sido muy agradable, pero empezábamos a estar muy cansados. Además yo mantenía la incertidumbre de no saber si el sitio al que íbamos, sería increíblemente bonito o un fiasco.

Como me había empeñado en ir a un sitio fuera de los circuitos turísticos, (y que incluso, nos habían desaconsejado, por lo aparatado que estaba) no las tenía todas conmigo de si habíamos elegido un destino con “encanto fronterizo”, o un sitio lejos de todo.

Estas cosas sólo estaban en mi cabeza, y me abstenía de comentárselo a mi novia, porque a ella no le había explicado claramente dónde íbamos, y que, por ejemplo, nos íbamos a hospedar en una cosa que se llama "cabinas" en vez de en un hotel. Ahora visto en perspectiva, y con algún viaje más a las espaldas, me parecen ridículas mis preocupaciones, pero en ese momento tampoco sabía que nos íbamos a encontrar, ni la reacción de mi pareja (era nuestro primer viaje juntos)
Pues en esas estábamos, cuando nos pasó la cosa más ridícula de todo el viaje. De repente (antes no nos debíamos de haber fijado) empezamos a ver unas luces en los árboles que bordeaban la carretera.
  • ¡Unos ojos nos están mirando desde lo árboles!. Me dice mi pareja entre divertida y nerviosa.
  • ¡como van a ser ojos!, le contesto, sin tenerlo muy claro.
  • Sí, sí, deben ser monos que nos están mirando cuando pasamos!

Me concentro y, efectivamente, se ven unas luces en los árboles del borde del camino. La hipótesis de que eran monos se podía sostener porque, además, en la noche, se oían constantes chillidos, y la verdad es que, para el poco familiarizado, puede parecer.

Seguimos avanzando con los ojos clavados en la oscuridad. Nos damos cuenta de que las luces son cientos y que están por todos lados. Además de en los árboles, se ven en los prados y en el “arcén” del camino. Demasiadas para ser monos, pensé yo.

Quizá sean ranas. Conjeturé yo, no muy convencido. Además de los chillidos, también se oían lo que parecían millones de croares (¿?), Y como había llovido suponía (no se veía nada) que la carretera debía estar rodeada de zonas encharcadas. Me parecía que era más probable que hubiera miles de ranas a miles de monos, pero claro eso no explicaba lo de los árboles (¿ranas arborícolas?)

Un par de veces paramos el coche y aguzábamos nuestros sentidos. Desde luego lo que fuera estaba por todas partes. Nada. Imposible para nosotros imaginar que podían ser.

¿Serían gamusinos? (ese bichito imaginario que, en todos los campamentos, de todas las generaciones, del mundo entero, nos dicen que hay que encontrar cuando somos niños). ¿lo había encontrado al fin? !Imposible!

Es un poco frustrante pensar que dos carreras universitarias, sus correspondientes postgrados y los años de experiencia profesional, no nos servían para identificar algo que, con toda seguridad, cualquier niño de cinco años de Rincón lo hubiera hecho en un segundo.

Cada vez se veían más luces, tantas que pasamos, de la sorpresa inicial, a la intriga, y, finalmente, al hartazgo.

Mientras tanto, cada dos o tres kilómetros, íbamos cruzábamos puentes de madera sobre pequeños, aunque caudalosos, arroyos. De momento todos estaban en condiciones aceptables y no parecía que se fuesen a romper a nuestro paso.

Esto no era lo de menos ya que, en la guía, se afirmaba que en función de las lluvias podía ser imposible llegar a Puerto Jiménez, incluso en todo terreno. Teniendo en cuenta que era de noche y que no conocíamos el camino, no era como para relajarse totalmente.

Sin embargo, al poco rato encontramos un cartel con una indicación de "a Puerto Jiménez 3 km". Respiramos aliviados. Los recorremos sin contratiempos y empezamos a encontrar algunas pequeñas casas.

Como para darnos la bienvenida, vuelve a empezar a llover. Empieza suave, pero a los pocos segundos, el cielo se abre y cae la una tromba considerable (en términos ticos, es decir, aquí sería un acontecimiento)".

Pero estábamos a salvo (siempre lo habíamos estado). En total desde la Interamericana habíamos tardado tres horas para recorrer unos 70 km, y eso que, la gente que me conoce puede dar fe, siempre he sido un conductor bastante "ágil".

Aunque no termina aquí el relato del primer día en Costa Rica, ni siquiera habíamos descubierto lo que eran aquellas extrañas luces, lo voy a dejar porque tres folios me parece una dosis suficiente para el desafortunado, que de con este post, y decida leerlo. Además así tengo material, para un día de la semana que viene.

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