lunes, 12 de marzo de 2007

Costa Rica: Camino de Puerto Jimenez II, nos quedamos sin gasolina

Nada más salir de la carretera Interamericana, nos dimos cuenta de que el camino iba a ser más difícil que hasta el momento. Durante unos dos o tres kilómetros siguió habiendo asfalto, aunque con inmensos agujeros cada poco rato. El primero me cogió por sorpresa y dimos un bote espectacular. Tomamos nota, a partir de ahora la velocidad tenía que ser mucho menor.

Además, como los agujeros estaban llenos de agua, era difícil calcular la profundidad y por tanto, la velocidad a la que había que tomarlos.
Algunos no hacían prácticamente necesario frenar y otros eran profundísimos. Lo malo era que no lo podías saber hasta que los has pasado, así que estabamos obligados a moderar la velocidad en general.
El termino técnico que acuñamos para denominar el tipo de carretera por al que circulábamos era "chof - chof". Prácticamente fue una constante el resto del viaje por Costa Rica, pero en los siguientes 60 km alcanzaría su máxima expresión.

El camino discurría por fincas de palmerales y algunas praderas, pero a los pocos kilómetros (unos 5), se acabo el asfalto y nos internamos, por un serpenteante camino de tierra (más bien barro), en la selva.

Como puede verse en el mapa, se traviesa, desde Chacarita, el Parque Nacional Piedras Blancas, en dirección a Mogos, al borde del Golfo Dulce (llamado así por la cantidad de ríos que desembocan allí).
Según la guía, a los pocos kilómetros veríamos el mar, pero lo cierto es que a ambos lados del camino, la vegetación era absolutamente tupida, y no veíamos más que una sucesión de árboles de más de 50 metros, y debajo de ellos todo tipo de vegetación. El conjunto es impenetrable de hecho lo que a uno más le sorprende cuando llega a la selva es que, salvo las sendas o caminos abiertos, el resto es intransitable. No se puede atravesar así como así.

En realidad, salvo lo poco que había visto en Iguazú (en el 2004), esta era la primera vez que estaba en la selva. Además esta vez íbamos por nuestra cuenta, nadie nos esperaba, y no estábamos muy seguros de si la ruta era practicable, lo que le añadía un punto de encanto al viaje.
Aunque a un "españolito" eso no le parezca normal, en Costa Rica, las carreteras a veces están, y otras no. En todo lo que había leído sobre Puerto Jimenez y la Península de Osa, advertían que para llegar era necesario un 4x4 (lo teníamos) y suerte, para que las lluvias (estábamos en la época) no hubiesen arrastrado las carreteras. También se decía que en algunos puntos hay que utilizar las playas como única vía de escape, teniendo en cuenta las mareas.

Es decir, que ir de un sitio a otro, como en este caso, de Chacarita a Puerto Jimenez, es más difícil, que ver en el mapa el camino, y enfilar el morro del coche hacia el destino elegido. Por supuesto, todas mis dudas sobre la viabilidad del viaje, me las guardé y no las compartí con mi novia. ¿Para qué preocuparla antes de tiempo?
Además, el camino transcurría entre una selva increiblemente hermosa y nos sentíamos como dos jóvenes exploradores. La intensa humedad y los olores de la vegetación húmeda tras el intenso chaparrón, hacían aún más sugerente el momento.

Por supuesto, por esos andurriales, no pasaba ni un sólo coche, pero como aún quedaba algo de luz, incluso paramos un par de veces para hacer fotos cuando llegamos al borde de la "laguna" de Golfo Dulce.

Yo me debatía internamente entre la preocupación (por no saber si llegaríamos sanos y salvos) y la euforia. En realidad, no tenía porque sucedernos nada malo, y lo peor que podía acurrir, si se nos hacía de noche y no podíamos continuar por cualquier motivo, era tener que dormir en el coche. Tampoco parecía un plan tan horrible.


Al poco rato empezó a anochecer, y con la noche, llegó el auténtico sonido de la selva. Incluso atenuada por el sonido de nuestro motor, y el chapoteo de las ruedas en los charcos, una sinfonía compuesta por millones de "bichos" nos empezó a acompañar.
Apagamos la radio y emocionados continuamos. Aunque nosotros no lo sabíamos en ese momento, en la península de Osa hay, entre otras muchas especies, monos aulladores. Os garantizo que para dos novatos, el grito de estos animales es bastante sobrecogedor.


La noche nos obligó a ir aún más despacio y ni siquiera habíamos llegado a Rincón. El camino era un sinfín de baches, fuertes subidas y bajadas, y de vez en cunado grandes charcos que había que badear. No creo que hiciésemos una media superior a los 20 km/h. Además como casi todo el rato íbamos en marchas cortas, estábamos gastando mucho combustible.


De hecho, para mi sorpresa, entramos en reserva. Habíamos gastado un cuarto en poco más de 20 km, y no sabía si llegaríamos a Rincón. Como no podía evitar que mi novia viese el testigo de la reserva encendido, se lo comenté y el ambiente dentro del coche se hizo más tenso. La tranquilicé diciéndole que teníamos de sobra para llegar a Rincón y repostar, aunque no las tenía todas conmigo.

Evidentemente en una pista como esta no hay gasolineras cada pocos kilómetros y, lo que más me sorprendía, es que seguíamos sin cruzarnos con ningún coche. Las verdad es que si tuviésemos que pasar la noche en la cuneta, aunque objetivamente no tendría porque pasarnos nada, no cada vez me pareía menos apetecible.

De todas formas no quedaba otra que seguir adelante y confiar en nuestra suerte. Tardamos una hora y media en llegar a Rincón (27 km de la interamericana), pero al final lo conseguimos.

Lo malo es que cuando llegamos, de noche y empezando a sentir el cansancio (llevabamos desde las 9 de la mañana en el coche), nos encontramos con que no era más que un grupo de casas desperdigadas.

No se veía ni un alma, apenas alguna luz en las casas, y nada parecido a un centro "urbano", con su bar, su gasolinera, hostal, etc.., !nada!. Desolador.

Además no veíamos a nadie por la calle y parecía que hubiesemos entrado en un pueblo fantasma. Aunque a los españoles se nos haga raro, en la mayoría de los países latinoaméricanos, y sobre todo fuera de las ciudades, la vida se hace mucho más pegada a los horarios del sol.
En Costa Rica anochece sobre las 5:30 p.m (no hay cambios de hora según las estaciones) y la gente se acuesta muchísimo antes que en España. Cunado llegamos a Rincón serían aproximadamente las 7, y eso, es muy tarde para un pequeño pueblo en el que no hay de casi nada.
Me empecé a agobiar porque realmente no teníamos gasolina para ir mucho más allá, así que no quería irme de rincón sin repostar. Al fin vimos una pequeña tienda abierta y algunas personas junto a ella. Dejamos la carretera y nos acercamos.
Desde luego nos miraban como si no esperasen muchas visitas a esas horas.

- Buenas noches. Les saludé. ¿podrían decirnos dónde esta la gasolinera por favor?.

Se miraron entre ellos, sorprendidos por la pregunta, (creo que también porque les hablase en español, ya que la mayoría de los turistas de la zona son Norteamericanos), y muy serio uno de ellos me respondió.

- Está en Puerto Jimenez, señor.

De repente, toda mi esperanza de llegar a Puerto Jimenez esa noche se desvneció.

Mi presunción de que en cualquier población tenia que hacer una gasolinera, era una vez más errónea. En rincón no hay una gasolinera 24 horas, con autoservicio, supermercado, etc..., simplemente no hay gasolinera y yo debería haber repostado en Chacarita antes de meterme por esos andurriales.

Pero claro, en total, !no eran más que 70 km! (hasta Puerto Jimenez), ¿como iba yo a pensar que se tardaría tanto?.

Debí de poner una cara realmente patética, porque los propios lugareños, adivinando que no tenía suficiente para llegar a Puerto Jimenez, me sonrieron y me dijeron que podía comprarles gasolina a ellos.

Me quedé sorprendidísimo. No entendía nada, ¿como me van a vender gasolina si no hay gasolinera?. Uno de ellos, el que parecía el "jefe", bajito y de unos cincuenta, llamó al dueño que estaba en la trastienda y le explicó que queríamos gasolina.

El tipo dijo que no había problema. Respiré. Le pregunté el precio (!como si tuviese opción!), me dijo un precio por galón (para colmo no tenía no idea de su equivalencia en litros), y, evidentemente, le dije que ok. Lo que me importaba era tener gasolina, el precio era secundario.

Me dijo que fuese al coche y que lo llevase hasta la parte de atrás de la casa. Mi novia que ya estaba un poco agobiada por lo que había tardado me preguntó que que había pasado. Escuetamente, le dije que ya estaba resuelto y que luego se lo explicaba.

De repente me dio por pensar que nos podían atracar, quitar el coche y todas nuestras cosas. Pero tampoco teníamos otra opción y evidentemente no paso nada de eso, más bien todo lo contrario.

Aparqué el coche en medio de una pradera, justo detrás de la casa. Al minuto salió el tipo de la tienda con una garrafa de combustible y un embudo. No me dejó ni ayu darle para que no me mancharse las manos. Lo hizo todo el, y cuando fui a pagarle, como sobraba algo de dinero (creo que un dolar y poco), me hizo esperar para darme el cambio, aunque yo le insistí en que se lo dejaba de propina.

Así son las cosas en estos sitios. Aunque no tienes los servicios de las ciudades modernas, la gente es infinítamente más hospitalaria y, si pueden, te ayudan a resolver cualquier problemas. Estoy seguro que incluso nos hubieran alojado en su casa.

Volví a la tienda y compre algunas chucherías de comer y, de paso, les pregunté cómo estaba el camino. Me dijeron que ya había pasado lo peor. !Al fin una buena noticia! Se despidieron todos de mí, me monté en el coche y volvimos al camino.

Una vez en el coche le explique todo a mi novia, que evidentemente no había entendido muy bien la maniobra.

Continuamos y a los pocos kilómetros el camino empezó a mejorar. La carretera recorría la única franja de terreno de la península, que no es Parque Nacional, y que, por tanto, ha sido deforestada para usos agrícolas. Además estábamos bordeando el mar y el terreno, completamente llano, nos permitió ir bastante más rápido.

Empezábamos a ver las cosas con más tranquilidad. Aunque era tarde (las 8), teníamos gasolina y el camino había mejorado bastante. Además empezamos a cruzarnos, de vez en cuando, con algún otro coche. Nos relajamos y volvimos a disfrutar del camino.

Pero todavía no habíamos llegado y aún nos pasaría alguna cosa más en el camino que nos sorprendería.

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