jueves, 7 de febrero de 2008

Día 2: Puerto Jimenez; Playa Matapalos

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No se si por efecto del "jet lag", o de la excitación de querer ver con la luz del día el paraiso en el que se supone que estamos, pero el caso es que me despierto un poco antes de las seis de la mañana. Raquel no parace muy dispuesta a levantarse tan temprano, pero yo tengo los ojos como platos, así que decido salir a explorar un poco.
Es ya de día y Marga esta en su oficina. Le pregunto como ir hasta la playa y ella, en vez de complicarse, me da un pequeño plano con los senderos que salen de Puerto Jimenez hacia los distintos rincones de la Península de Osa.
Cojo el coche y me marcho para allí. El camino empieza pasando por el pequeño puerto pesquero, bordeando la pisa de un pequeño aeródromo y adentrándose, finalmente, en plena naturaleza. Puerto Jimenez, esta ubicado en uno de las puntas interiores que forman la bahía de golfo dolce. En esa zona el terreno es bastante llano y hay bastantes explotaciones ganaderas y agrarias. Un poco más al norte, pasando la punta de Matapalos, empieza el Parque Nacional y, por tanto, allí la tierra esta protegida e intacta.
A pesar de ello, para un español nacido en la seguda provincia más desertica del país (Zaragoza), lo que se extendía ante mis ojos era un bosque tropical que superaba todas mis expectativas. Durante una hora doy vueltas con el todo terreno, recorriendo caminos y cruzando riachuelos. Al final llego a la playa. Tiene unos tres kilómetros de larga, arena gris y enfrenté un maravilloso océano de color verde centelleante en la orilla y azul profundo en el centro de la bahía.
Es tan bonito, que espero , inocente de mí, ver una ballena corcobada aparecer ante mis ojos de un momento a otro. Si se llama así la bahía, será porque aquí hay ballenas corcobadas, digo yo.
Al principio con un poco de timidez, nunca he metido un todoterreno en una playa y no se si se quedará enganchado en la arena, pero paulatinamente con más confianza, me dedico a recorrer la playa de un extremo a otro. A veces hace algún extraño en función de la dureza de cada zona de arena, pero cada vez le voy cogiendo el truquillo y ya me dedico a hacer hasta algún pequeño trompo. Una barbaridad y lo sé. pero no hay nadie a la vista y no puedo resistir la tentación. Al final, tenía que pasar, me quedo enganchado. En una zona de arena muy blanda, el coche se hundé casi hasta los ejes.
No puedo salir de ninguna de las maneras, y ya me estoy imaginando explicándole a Raquel; "cariño, la marea se ha llevado nuestro flamante todoterreno". Al final con mucha paciencia, saliendo a excavar con las manos delante de las ruedas y arrancando, igual que en la nieve, en segunda y con mucha suavidad, consigo salir. Vuelvo lo más rapido que puedo a la seguridad del camino.
Cuando regreso, despierto a Raquel, son las ocho de la mañana. Marga nos dice que cómo no le dijmos ayer si queríamos o no desayunar, no ha preparado nada, así que nos vamos al Angela. Pedimos unas magníficas ordenes (platos) de frutas y café. A pesar de ser tan pronto ya hace mucho calor y yo empiezo a sudar por todos los poros de mi cuerpo.
Volvemos a la habitación a preparar las bolsas para ir a la playa. Marga nos ha recomenado que vayamos hasta la playa Matapalos que, por lo visto, es la más bonita de la zona. Esta a unos 20 kilómetros, pero dice que se tarda una hora en llegar. Efectivamente el camino es dificil, pero a un lado (la izquierda) tenemos un sinfín de vistas de la bahía, y al otro las colinas que forman el inicio del parque nacional. En nuestras mentes se intala la sensación de que no puede haber un luhgar más bonito en la tierra.
Paramos doscientas veces a hacer fotos. Arboles enormes, animales que cruzan la carretera, puentes maltrehos sobre burbujenates torrentes. Disfrutamos como niños pequeños. Al final llegamos a Matapalos. El último tramo, para bajar a la playa, es el más dificil. Un barrizal. En algún momento incluso dudo de si vamos a poder llegar, pero al final llegamos a un pequeño claro junto a la playa en el que podemos dejar el coche.
La playa entera, de unos 500 metros de larga, es únicamente para nosotros y un grupo de monos carablanca e infinidad de cangrejos hermitaño (de esos que se meten en las conchas que quedan vacías sobre las playas). El destino deseado esta frente a nosotros. justo lo que habíamos soñado. Por ponerle un pero, la altura de las olas y el ruido de piedras golpeando unas contra otras que se produce cunado rompen, no dan muchas expectativas de poderse dar un baño plácido.
Tomamos el sol, bebemos cocacola, y nos relajamos. El sol es abrasador, y al final nos refugiamos debajo de las palmeras. Yo no hago más que mirar el agua, pero no me decido. Las olas tiene más de dos metros y medio, y rompen con mucha fuerza. Los carablancas nos miran divertidos, y cada vez se acercan más.
Tras más de tres horas, decidimos volver a Puerto Jimenez para comer. Cunado estabamos a punto de coger el coche, aparece un surfista. Con envidia, veo como se mete en el agua con la tabla, y bracea hasta alejarse del punto dónde rompen las olas. Con el calor que hace, me encantaría darme un baño. Raquel, me dice que haga lo que quiera pero que no le parece seguro. En un alarde de ínconsciencia, decido intentarlo.
La primera hola, me deja sin respiración y cuando intento salir, avergonzado de mi impotencia, la segunda me atrapa y me arrastra como un pelele, golpeando con las piedras del fondo durante unos treinta metros. Afortunadamente termino en la arena. estoy tendido y me duele todo. Veo que de la rodilla sale un hilillo de sangre. En ese momento veo por el rabillo del ojo, que ora ola viene directo a por mí. Saco fuerzas de flaqueza y, como un perrillo apaleado, me arrastro playa arriba hasta quedar fuera de su alcance. Raquel esta blanca. No sabe si enfadarse o reirse. Decidimos hacer lo segundo y volver a Puerto Jimenez.
Mientras comemos, ceviche y alitas de pollo, le cuento mis sensaciones surfistas. menudo numerito si me ahogo en mi primer día en el paraiso. Afortunadamente no ha pasado nada más que que tengo la rodilla derecha para el arrastre.
Por la tarde, Marga nos cuenta que Matapalos es muy bonita y muy buena para el surf, pero no para bañarse. Me quedo pasmado cunado nos explica que todos los años se ahogan varios turistas allí. Y me opregunto yo, ¿no nos podía haber dicho eso esta mañana?. También es cierto, que soy tan cabezón, que incluso así me hubiese metido. Para bañarse, hay que quedarse en las playas del interior de la bahía, como Platanares.
Descansamos un rato en la habitación para además dejar pasar las horas de más calor. Ponemos el aire acondicionado a toda velocidad y yo me doy crema anti inflamatoria en la rodilla cada media hora. A pesar de eso cada vez me duele más. Al atardecer damos un pequeñísimo paseo hasta el puerto y luego vemos un partido de futbol, en el campo municipal. La verdad es que juegan bastante bien. Un chaparrón nos hace buscar cobijo.
Tras tomarnos un par de Imperiales con hielo en Angela, volvemos a nuestro italiano a cenar. Pizza de aguacate. La dueña, tica, se sienta un rato con nosotros a contarnos su vida. El marido, que es el cocinero, es chileno. Vino como turista y se quedó. La verdad es que no me extraña nada, yo también me quedaría a vivir aquí.
A las diez, se nos vuelven a cerrar los ojos de sueño. En teroría, esta es nuetra última noche en Puerto jimenez, pero ninguno de los dos queremos marcharnos y decidimos alargarlo al menos una noche más. Se lo decimos a Marga y le parece estupendo. Además nos asegura que mañana tendremos un magnífico desayuno esperándonos en el porche para cuando nos levantemos.
Nos vamos a dormir. Me duele bastante la rodilla pero, a pesar de ello, duermo como un niño pequeño.

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