Nota: Si estáis pensando hacer un viaje a Costa Rica, os recomiendo que visitéis la guía de Costa Rica que hemos escrito recientemente para BuscoUnViaje.com.
Nos levantamos pronto. Hemos dormido en un hotel en las afueras de San Jose. Sin mucho encanto pero confortable. La verdad es que hubiese sido una locura irse al centro de san José a buscar hotel a las 12 de la noche tras la paliza de 21 horas de viaje (Madrid, Amsterdam, Miami, y, al fín, San jose)
Nos levantamos pronto. Hemos dormido en un hotel en las afueras de San Jose. Sin mucho encanto pero confortable. La verdad es que hubiese sido una locura irse al centro de san José a buscar hotel a las 12 de la noche tras la paliza de 21 horas de viaje (Madrid, Amsterdam, Miami, y, al fín, San jose)
Mientras desayunamos, se presenta el empelado de la compañía de alquiler de coches que habíamos reservado por Internet. En el parking comprobamos que tenemos un flamante Toyota Rav4 blanco. Lo pruebo durante unos cinco minutos y todo esta perfecto, mejor que mi coche.
Salimos de San José sobre las 10.00. Aunque no sabemos muy bien cómo ir, una circunvalada la ciudad, el resto, mirando el plano, no tiene perdida. No hay tantas carreteras en Costa Rica como para perderse. eso sí, las que hay, son de cuidado.
Tras dejar atrás la ciudad de Cartago, unos 50 kilómetros al este de San José, tomamos la Panamericana, dirección sureste para cruzar las montañas. En nuestro recorrido nombres tan alentadores como; Cerro de las Vueltas, Paso del Macho, Cerro de la Muerte. La realidad es que durante más de una hora y media ascendemos por una cerretera estrecha y empinada, sorteando camiones de gran tonelaje, cargados en su mayoría de inmensos troncos. El sobrenombre de, "de la muerte", que se le da a la ruta, se debe a que dichos camiones son muy viejos y no es extraño que se queden sin frenos, arrolando todo lo que pillan por delante.
A pesar de los escalofrios que dan al oír el chirrido de los frenos y el bramido del motor, cada vez que nos cruzamos con uno de estos monstruos, conseguimos salvar el paso de la muerte intactos, y comenzamos el descenso hacia San Isidro. Habremos recorrido unos 100 kilómetros en más de dos horas.
Todo va bien y el paisaje selvático es tan bonito que el tiempo pasa volando. La primera vez que se ve la selva se tiene una sensación muy especial y, a pesar de estar en una cerretera principal, la sensación de estar ante un rincon del planeta con naturaleza virgen era total.
Al rato de ir descendiendo, nos para un policía que estaba emboscado tras una serie de curvas. Detector de velocidad en mano, me indica que iba a 81km/h, cuando la velocidad establecida para la vía (la mayor del país) es de 50. Además me advierte de la existencia de señales de escuelas en la zona, ante las cuales, la velocidad indicada es de 25km/h. Después de la típica pantomima sobre las funestas consecuencias que podía traerme esta falta, todo queda resuelto con una mordida (soborno) de unos 20 dolares al policía.
Debe ser su forma de vida, cazar turistas, porque un amigo que fue a Costa Rica un año más tarde, me aseguro quea el le pasó lo mismo en la misma zona. Lo que pasa es que el fue más duro y no pagó nada alegando que era muy pobre (anda que también el policía tragarse eso).
Pagada la novatada (en forma de mordida), proseguimos el viaje. Sobre las dos de la tarde paramos a comer en un restaurante con terraza que había en el borde de la carretera. Era perfecto porque podíamos dejar el coche (y las maletas) a la vista, y además desde la terraza se tenía una maravillosa perspectiva del valle.
Además los avispados propietarios, que se anunciaban como restaurante ecoturista, habían colgado frutas de los árboles cercanos, y una ingente cantidad de colibries de deslumbrantes colores pululaban a menos de dos metros de las mesas. Comemos estupendos casados, de arroz, frijoles, huevos, pollo y verduras, acompañados de sendas Imperiales (excelente cerveza tica) con hielo.
En cunato terminamos, nos ponemos en marcha. El paisaje cambia, dejando atrás las montañas, y adentrándonos en una Costa Rica más agrícola en la que predominan los palmerales y los campos de aloe. Dejamos atrás San Isidro en medio de un chaparrón inmenso. Llega un momento que los limpiaparabrisas no son suficientes y tenemos casi que pararnos. Divertidos, observamos como en medio del diluvio, la gente sigue pedalenado en sus bicis como si tal cosa. Se ponen un plastico en la cabeza y tan contentos. Estamos en época de lluvias y para los Ticos, estas cortinas de agua deben de ser de lo más habituales.
Con la misma velocidad que empezó a llover, para y parece despejarse por un rato. En Piedras Blancas, tomamos el desvio hacia Rincón y Puerto Jimenez, nuestro destino final. Son más de las cuatro de la tarde, así que nos queda un poco más de una hora de luz. Por en mapa calculo que estamos a unos 60 kilómetros así que, pienso para mí, deberíamos llegar antes de anochecer.
Sin embargo, a partir del desvio lo que nos encontramos, tras superado el primer kilómetro y medio mdianamente asfaltado, es una pista de tierra con unos socabones en los que se puede esconder una persona sentada y no se le vería hasta estar atropellándola. Tengo que reconocer que además me falta pericia en estas circunstancias y vamos bastante lentos. El coche, cunado aceleras un poco más fuerte de lo normal, pierde tracción con el barro, así que decido tomármelo con calma. Además a ratos vuelve a llover con fuerza. eso sí, se antes creíamos que estabamos en la selva, lo de ahora ya nos deja con la boca abierta.
El camino se abre camino entre una densa arboleda de más de treinta metros de alto y algunos de los ficus que la bordean tiene hojas casi del tamaño del coche. Además el olor, despues de la lluvia, y los sonidos de millones de animales saludando la noche que se aproxima, es del todo sobrecogedor.
Los dos tenemos cara de bobos y estamos emocionados. Aquí estamos en mitad de la selva, en una pista por la que no pasa nadie más que nosotros y, como nos habíamos propuesto sin rastro de cobertura en el movil.
Cuando se hace de noche, el ruido de la selva aumenta. seguimos en estado de éxtasis, pero el piloto de reserva de la gasolina nos trae de vuelta a la realidad. Llegamos a Rincón pero, para nuestra desgracia, nos dicen que no hay gasolinera hasta Puerto Jimenez. Mi cara debe ser un poema, porque el dependiente en la tienda en la que he entrado preguntar, se apiada de mí y me dice que si pongo el coche en la parte de atrás el me puede dar algo de la suya. Lo hacemos así y, embudo en mano, repostamos unos diez litros. Le pago lo que me pide, sin mucha idea de si me esta cobrando un precio exorbitado o no. De todas formas, ¿qué otra opción teniamos?.
Seguimos adelante. Entre las revueltas del camino, y con la escasa luz que queda, divisamos la bahía. La pista desciende a una zona más llana paralela al mar y podemos ir un poco más rápido. Llegamos a Puerto Jimenez en medio de un nuevo chaparron. Aunque Puerto Jimenez tiene escasamente de dos calles, nos cuesta encontrar un rato nuestras cabinas (que hemos reservado con antelación). Cuando por fín lo conseguimos, Marga, la propietaria, nos enseña un par de habitaciones. Son iguales, pero una tiene aire acondicionado. A pesar de la lluvia, hace un calor intenso, así que presiono para pagar los 5 dolares extra.
La habiotación esta bien. Cero lujos, pero parece limpia, que es lo único que importa. estamos muy cansados y hambrientos, pero decidomos darnos una buena ducha y embadurnarnos de repelente de mosquitos antes de salir de la habitación. Le pregunto a Marga por algún restaurante y esta me dirige al "Angela" que por lo visto es el punto de reunión de todos los turistas y mochileros que llegan a Puerto Jimenez..
Allí nos dirigimos. Frescos y contentos como dos niño, lo celebramos con una Imperial con mucho hielo. Sin embargo, cunado nos proponemos ordenar algo, nos dicen que la cocina esta cerrada. Son las ocho y media de la tarde y eso, para Puerto Jimenez es tardísimo. Sin muchas esperanzas de encontrar algo abierto, recorremos el par de calles que hemos visto al entrar. casi todo esta cerrado o en el trámite de hacerlo, pero al final encontramos un pequeño restaurante italiano abierto.
Sorprendentemente, el ambiente es muy acogedor, los propietarios muy atentos y cocinan unas pizzas excelentes. Una de ellas, de aguacate, sería un éxito comercial en españa sin duda alguna. Incluso nos podemos tomar un café excelente al terminar. se nos empiezan a caer los ojos del sueño que tenemos, así que pagamos y nos refugiamos en nuestra habitación.
Un día perfecto. Nuestro primer día en Costa Rica. Y hemos llegado a Puerto Jimenez, base para explorar el parque Nacional Corcobado y lugar alejado de las habituales rutas turísticas de Costa Rica. Cansados pero felices, nos quedamos dormidos casi de inmediato.
2 comentarios:
Muchas gracias por retomar el blog, me encanta como narras tus viajes, ya que son los que nos gustaría hacer a todos y nunca nos decidimos. Un saludo
gracias a tí por leerlo. Para mí, es casi como un diario.
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