domingo, 21 de octubre de 2007

Mountainbike alrededor de Zaragoza

Ya estoy de vuelta en Ámsterdam. Ayer por la noche cuando andaba por los pasillos de Schipol para ir a recoger la maleta, tuve esa agradabilísima sensación de cuando uno llega a casa. Y es que aunque sólo llevamos seis meses aquí pero la ciudad es muy acogedora. Todo el mundo me sonreía en el aeropuerto, también los revisores en el tren. Cuando llegué a la estación de WTC, la más cercana a mi casa, recogí la bicicleta y pedalee placidamente hasta casa en 3 minutos.

En España, en comparación me sentí un poco abrumado por el tamaño de Madrid. He vivido seis años en esa ciudad y, por tanto, puede decirse que la conozco bastante bien. Sin embargo, en este viaje, he sido más consciente que nunca de lo incómoda que puede llegar a ser. El Lunes pasado cuando aterricé allí, me vino a buscar un amigo. Tenía que pasar por Alam Air (la tienda de cometas) y luego ir a su casa en el nuevo PAU de Carabanchel. Bueno, pues a pesar del favor de que te vengan a buscar en coche, tardamos más de dos horas. Y no es que hubiera un atasco especial no. Es que Madrid es así y se me había olvidado.

Ayer igual. Tenía que volver a Madrid para coger el avión a las 19:30, por la mañana tenía que hacer un par de recados en Madrid y luego comí en casa de Raquel en Galapagar. Para todo ellos empleé más de tres horas de metros, trenes y autobuses. Pero es normal, es una capital de cinco millones de habitantes y supongo que tiene que tener este tipo de inconvenientes.

Por contra, he vuelto a constatar la abismal diferencia entre el clima de España y Holanda a favor, evidentemente, de la primera.

Tanto en Madrid como en Zaragoza pude hacer deporte todos los días en manga corta, pasear y disfrutar de un cielo inmaculadamente azul. En Zaragoza además he “descubierto” el placer de hacer rutas en Mountainbike por los alrededores. Siempre había dicho que estos eran muy feos, pero a mis treinta y dos añitos, tengo que retractarme. Son paisajes semidesérticos, pero cuando te alejas un poco del cemento, obras y ruidos de los PLAZA, cuartos cinturones, líneas de Alta velocidad, etc.., se abren lugares realmente interesantes.

En la zona de La Plana hay un pequeño altiplano por el que recorres zonas de pinares, campos de cereales, aerogeneradores, etc.. ningún signo de civilización más que pequeñas explotaciones agrarias y ganaderas. Hay infinidad de caminos. Pequeños puertos para hacer más intenso el ejercicio físico, y una infinita sucesión de abruptas colinas y barrancas resecas únicamente tapizadas por pequeños arbustos espinosos.

Hace unos años, estuve en el Death Valley Californiano, y los “yankis” tenían montado unos centros turísticos en la zona increíbles. Y lo cierto es que este tipo de paisajes tiene una especial belleza. Es como cuando bajas al desierto marroquí. No sabes porqué (probablemente una clave sea la luz del desierto, como tamiza los colores en función del momento del día), pero esa vasta extensión de pedregales y montones de arena es tan sugestivo como el mejor paisaje de bosques, praderas o playas.

Pues sin embargo, yo nunca había apreciado esa belleza hasta esta semana pedaleando en mi bici de montaña. Hay otra zona muy interesante entre la Muela y Montecanal. Lo malo es que es coto privado de caza, pero yo me metí y esta plagado de pequeñas barranquillas (¡parece Mordor!) y efectivamente cuando pasabas salían volando infinidad de perdices y corriendo conejos casi a cada revuelta del camino.

Lo que me ha enseñado esto es que, a veces, las cosas no son cómo son, sino como nos parecen. Para que algo sea bueno, bonito, agradable, estimulante, o incluso magnífico, depende de sus propias cualidades, de la apertura mental con la que lo miremos y, no menos importante, de la predisposición general a ver lo positivo o lo negativo de las cosas que tengamos.

Tres salidas en cinco días, cada una de unos 50 kilómetros. Buen entrenamiento para la India y una actividad más que hacer cuando vaya a Zaragoza a ver a mi gente
.

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