lunes, 28 de mayo de 2007

Marruecos: Primera noche en Tanger; Cena

Nota: Si estaís pensando hacer un viaje a Marruecos, os recomiendo que visitéis la guía de Marruecos que hemos escrito recientemente para BuscoUnViaje.com


Ya se que prometí escribir todos los días un trozo del viaje a Marruecos, pero la realidad no es lo que uno dice, sino lo que luego es capz de hacer.., en mi defensa diré que la semana pasada hizo muy buen tiempo en Amsterdam.

Aquí sigue el relato (sin correcciones, tal y como lo escribi en mi cuaderno, durante el viaje) de la primera noche en Tanger..

------------------------------------------------------------------------------------------------Entro en el hotel y me acerco a la recepción para preguntar por el bar. Hay una señora delante, preguntando algo en francés. Espero. Me doy cuenta que el restaurante está justo a la derecha de la recepción y, como me cansó de esperar, me dirijo directamente al restaurante y le pregunto al primer camarero que veo.
  • ¿puedo tomar una cervecita en el bar? (textual). Es que, añado, estoy esperando a una amiga con la que he quedado.·
  • No, señor, no “service”. Me parece entender.
Intento asegurarme de que he entendido bien. ·
  • Entonces, ¿sólo tenéis restaurante?, ¿no hay servicio en el bar en la terraza?·
  • No señor, sólo bebidas de refresco.

Un poco decepcionado, estoy a punto de irme, porque mi mente no ha procesado que el problema en esta en la terraza, sino que no sirven bebidas alcohólicas (es un país musulmán). En Marruecos la mayoría de los restaurantes, bares y hoteles (al menos los baratos), no tienen licencia para vender alcohol.

  • Bueno, esta bien, balbuceo, pues entonces, una coca cola por favor.·
  • Por supuesto señor.·
  • ¿puede ser en la terraza?·
  • Por supuesto señor, yo se la llevo.

Me dirijo a la terraza y disfruto de mis pequeños éxitos de “supervivencia”. La gente, en general habla español, así que no tengo problemas graves de comunicación. Puedo andar por la medina, con relativa seguridad. Sin fiarme, peor no con el miedo inicial.Así que, en principio no hay nada que no me permita relajarme y disfrutar de la experiencia. La tensión acumulada deja paso a una oleada de euforia.

Miro las luces del puerto y me alegro de estar aquí. Sólo. Al inicio de un viaje. Incluso ahora, me alegro de alojarme en la Pensión Palace y no en el “lujoso” hotel Continental, en cuya terraza estoy esperando a que me traigan una coca cola. Estando en la medina ambos, el Continental es una isla dentro del caos (recordad que incluso tiene seguridad alrededor del perímetro, mientras que la pensión Palace es parte integrante de la vida real de la medina. Los marroquíes que van de viaje y quieren gastar lo menos posible, se quedan en una habitación como la mía. Muy pocos turistas (salvo los muy hippies) se habrán hospedado dónde estoy yo.

En ese momento, me suena el móvil. Es Ana. ·

  • Hola, ¿Cómo estas?

Le cuento que estoy tomando algo en el Continental, y que estoy muy bien. Por lo visto a ella, no le ha dado tiempo de terminar sus recados, y por tanto, se le ha hecho tarde para el cine, así que me dice que esta dispuesta toda para mí. Por cierto, que por lo visto me había intentado llamar varias veces y le salía no operativo, así que he estado a punto de quedarme sin cita. Glup!!

Tardamos unos minutos en decidir como quedar. Ella parece no tener muchas ganas de entrar en la medina por la noche y yo no conozco la ciudad, sin embargo, aprovecho la oportunidad y le suelto mi frase típica; “¿te he dicho ya que tengo un gran sentido de la orientación?”. Ana, hace como que no me ha odio y prosigue. ·

  • Podemos quedar en el Gran Zoco, enfrente del hotel Rif.·
  • ¿Risk?·
  • No, Rif, como los montes.·
  • Ah!! Claro, como los montes. Digo como si fuese un experto conocedor de la citada cadena montañosa.

Me pregunta un par de veces que si sabré llegar. Parece no muy confiada, pero le aseguro que sí, que no hay problema. ·

  • Tú no te preocupes, lo miraré en el mapa y seguro que lo encuentro.·
  • Vale, pues entonces, a las nueve y media.

Nos despedimos. Eran las ocho y media, así que tenía el tiempo justo para ir a mi habitación, “arreglarme” (no tengo ropa elegante, puesto que es un viaje de mochilero), asearme, cambiarme de camiseta e incluso afeitarme. Con mi recién adquirida seguridad, pago la coca cola, y me dirijo de regreso a la pensión.

Un paseo pienso, mientras ando con un estilo desbordante. Balanceo los hombros exageradamente, silbo y cómo se me el camino, no dudo ni un solo instante. Parece que me haya criado aquí. Llego a la pensión en dos minutos. Subo a la habitación y de camino inspecciono los baños, que están en el pasillo. La ducha comunitaria (hay varias, una por cada 7 u 8 habitaciones), está muy cerca de mi puerta. En realidad es un baño completo, partido con un débil tabique, para separar el agujero que sirve de w.c, y la ducha. No esta mal del todo, y como la pensión parece medio vacía, probablemente no tendré que compartirlo con casi nadie. Además los hombres como casi no tenemos que tocar nada y he traído papel higiénico de España (avisado por un amigo de la inexistencia de este artículo), el tema del baño comunitario no me preocupa.

Termino de arreglarme y miro en el mapa de mi inseparable guía, dónde esta el Zoco Grande. Mi pensión está junto al chico (el zoco chico), así que supongo que no será muy difícil de identificar, a pesar de que la única indicación que me ha dado Ana es que está fuera de la medina. Efectivamente, lo localizo en el mapa, y la forma de salir de la medina es de lo más sencilla. Lo único que tengo que hacer es salir de mi pensión a mano izquierda, cruzar el zoco chico (aunque la guía dice que es el punto más peligroso de la ciudad por la noche) y seguir la calle principal de la medina que va en dirección norte. Es una calle recta y parece ancha así que no puede ser difícil de seguir.

Salgo con tiempo, cruzo el zoco y tomo la calle de enfrente. Tiene una pendiente media que hace que, como voy bastante rápido, a los pocos minutos estoy transpirando un poquito. A pesar de ser las más de las nueve de la noche, sigue habiendo multitud de tenderetes y puestos, que venden de todo, a ambos lados, y también extendidos en el suelo justo en el medio de la calle. ¡Es increíble la sobreoferta de productos y la tradición comercial de esta gente! Aunque todos los turistas y habitantes de la medina vinieran a comprar todos los días y a todas horas, la oferta seguiría superando con mucho a la demanda. Sólo llevo unas horas en Marruecos, pero me daba la impresión de que la teoría de la oferta y la demanda, no se cumple en Marruecos. A todo esto, sigo andando y salgo de la medina.

En escasos tres o cuatro minutos, me encuentro, de frente, una plaza muy abierta. Puede ser que sea el zoco grande, pero no estoy seguro. La recorro entera intentando ver el “famoso” cine Rif. Tras breves segundos lo veo. He llegado con toda falibilidad. Me fijo que en la plaza hay un ambiente diferente a la medina. La tensión es menos. Aquí nadie esta vendiendo nada. La gente pasea y se ven madre con sus niños, grupos de chicos y chicas, padres de familia, abuelos. Evidentemente la medina no es tan horrible como me había parecido inicialmente, pero sí que es más complicada que el resto de la ciudad.

Incluso los tangerinos prefieren no entrar en la medina por la noche, porque puedes pasar un mal rato. Sin embargo, en el Zoco Grande, el ambiente es muy distinto. Parece el centro de encuentro de la vida tangerina por la noche. Estoy un rato de pie frente al cine (para que Ana me reconozca con facilidad) pero al final, como he llegado con bastante tiempo, decido esperar cómodamente sentado en un banco, y observo a todo el mundo, eso sí, con cierta discreción.

En el fondo empiezo a darme cuenta de que no es muy diferente a una plaza española de un pueblo grande. Posiblemente del sur de España. Diferencias, los velos de las mujeres. Pero similitudes también hay muchas. Todas las casas son blancas. El físico de los hombres., evidentemente no difiere mucho del de un algecireño, tarifeño o gaditano. ¿por qué iba a hacerlo? Sólo hay 30 o 40 Km. de distancia. Me siento a gusto en la plaza.. Otra cosa que me llama la atención es que en la plaza hay muchos grupos de personas pero también hay gente sentada sola que simplemente mira (como yo).

Me parece que en nuestra cultura nos avergonzamos demasiado de estar solos. Parece que el que esta sólo es porque tiene algo malo, no porque lo haya elegido así. Y claro, la mejor forma para mirar y pensar, es estar sólo. Quizá una persona sólo pueda reflexionar cuando este sólo. Sin embargo, parece que la reflexión es un valor a la baja, y que es imprescindible estar siempre hablando o haciendo algo con otras personas para no sentir que estas perdiendo el tiempo. Insisto, es sólo una intuición, pero de repente me siento cómodo mirando a la gente y pensando en mis cosas, porque veo que hay muchos otros a mi alrededor que hacen lo mismo.

Pasa el rato. En uno de los extremos de la plaza hay un edificio que parece oficial. Tiene muros de piedra, una pequeña torre, y en uno de los laterales de la misma, un gran reloj de agujas. Marca más de las 9:30. Me pongo de pié y empiezo a pasearme justo enfrente de la puerta del cine. Aunque he estado atento y estoy seguro de que no se me ha podido pasar que una chica española hubiese estado en la puerta, ni puede haber confusión con el sitio, prefiero estar en el sitio exacto en el que hemos quedado.

Me pongo a pensar sobre cómo será Ana físicamente. La duda se despeja en seguida porque en ese mismo momento veo una chica joven, sin velo, y con pinta de niña bien españolita, pero de provincias, es decir, vaqueros, camisa y jersey, castaña con alguna mecha rubia, 1,70, delgada y bastante guapa, que viene hacia el punto de reunión y me sonríe. -

  • Hola.
  • Hola Ana
  • Perdona que me haya retrasado.
  • Tranquila, le respondo, tengo mucho tiempo por delante y ninguna obligación, así que no es problema.

Lo cierto es que si que me había preocupado un poco por el retraso.

Me dice que vamos a dar un paseo y luego a cenar. Me parece estupendo y la sigo por la calle por la que acaba de llegar. Se llama libertad. Ana lleva viviendo varios años en Tánger. Trabaja en una ONG y es, en palabras de mi amiga de Zaragoza (que también se llama Ana y que me había dado su contacto), una enamorada de Tánger.

Mientras caminamos me va contando cosas de la ciudad. De todas formas esta un poco cortada porque claro, no nos conocemos de nada. Me pregunta en que hotel estoy y se sorprende un poco cuando le digo que estoy en la Pensión Palace. Sin embargo a mí me da cierto orgullo decir que me alojo ahí, me parece que me da un cierto aire de aventurero, y eso, ahora que me están llevando a cenar tranquilamente, esta muy bien.

Seguimos hasta la Plaza de Francia y tomamos a la izquierda el boulevard Mohammed V (En Marruecos todas las avenidas importantes son o Mohammed V o Hassan II). Nada más tomarlo llegamos a un mirador con cañones, desde el que se ve una magnífica vista del puerto, y, según me comenta Ana, la mayoría de los días, la costa española.

  • Es uno de mis lugares favoritos. Me dice Ana. Cuando voy al trabajo paso por aquí todas las mañanas y me encanta ver la luz del sol, el mar, el puerto.., me hace sentirme afortunada de vivir aquí.

Esta claro que a Ana le encanta Tánger, a pesar de la fama que tiene de ciudad en completo declive, y que ahora es más bien fea y peligrosa. En respuesta, balbuceo algo sobre que a mí me pasaba lo mismo con las Palmas, ciudad en la que viví varios años (lo cierto es que, salvando las distancias, no me parece una paralelismo tan malo).

Una cosa que me llama muchísimo la atención, y enseguida se lo comento a Ana, es la cantidad de gente que sigue paseando por la calle. Hay un auténtico bullicio y, a pesar de que es viernes, son casi las diez de la noche. Ana me cuenta que es una característica especial de Tánger, y herencia de los tiempos en los que esta fue ciudad española. Por lo visto en el resto de Marruecos no ocurre. Además se ven grupos de mujeres solas, lo que, según ella, es todavía más excepcional. En este país a partir de ciertas horas sólo pueden salir los hombres, y las mujeres que lo hacen, y que están en los bares, son prostitutas. Ninguna mujer de “buena reputación” se dejará ver a altas horas de la noche.

Evidentemente yo ya sabía que estábamos en un país musulmán, bastante conservador, y no democrático, pero hay cosas que aunque sabes (intelectualmente), no comprendes realmente hasta que no estas en el sitio en el que pasa y lo experimentas. Ana además esta muy sensibilizada, por su trabajo, sobre todos los temas de derechos y bienestar social, que como es obvio, no se disfrutan de igual manera aquí que en los países occidentales.

Nota: aunque comentaré cosas que me llamen la atención durante el viaje, sobre características políticas., sociales y culturales, me abstendré, y sobre todo al principio, de emitir juicios u opiniones. Yo no creo en el relativismo cultural. Creo que hay cosas que están bien y mal en todas las culturas, y que hay valores universales. Sin embargo también creo que antes de emitir un juicio tienes que tener un cierto conocimiento del contexto, y eso lleva su tiempo.

Ana estaba bastante quemada en se sentido, aunque aseguraba que las cosas están mejorando. Seguimos caminando un poco y en seguida giramos en una calle hacia la derecha. Unos 50 metros más allá llegamos a la puerta del restaurante.

Se llama Agadir, tiene un aspecto bastante sobrio, mesas de plástico, manteles de papel, y es de los que aquí en Marruecos se denominan de tipo “snack”. Es decir, se puede tomar (al igual que en los convencionales), pinchos, tagines, cous cous, pero también sándwiches y es relativamente rápido y barato. Además en el Añadir, se puede tomar cerveza y eso en Marruecos, no es regla sino excepción. A mí me parece un sitio perfecto.

Nos sentamos y el dueño, que debe conocer a Ana y habla español perfectamente, sale en seguida y nos saluda. Pedimos dos cervezas. Elige ella claro. Dos especiales. Son botellas muy pequeñas, yo diría que de 0,25 (frente al habitual 1/3 español), pero la cerveza es muy suave y agradable. No se si se debe a mi falta de paladar o a un estado de exaltación del viajero, pero siempre que estoy fuera de España y pido cervezas locales (Imperial en Costa Rica, Balboa en Panamá, Quilmes en Argentina…), me parecen excelentes, mejores que las españolas. También puede ser que una cervecita sienta mejor cuando estas de relax que cuando estas en tu ciudad trabajando.

Tenemos que pedir. Yo leo la carta y veo que tiene los típicos platos que uno espera en un restaurante marroquí. Ensaladas, Tagines (4 o 5 tipos variando carnes de pollo y cordero) y cous cous. Ana dice que va a pedir una harira (una sopa de verduras) y luego recomienda el tagine de pollo y con olivas. En lugar de hacerle caso y punto, y aprovechando que el camarero habla español, yo me propongo pedir consejo. Es una costumbre que tengo de siempre (y que muchos de mis amigos censuran), pero a mí me gusta que me recomienden.


Además tengo otra pequeña manía y es que no puedo repetir los platos de quién cena conmigo, así que el tagine de pollo queda fuera de mis opciones. Hay veces que como me pongo tan pesado, son los demás los que terminan cambiando sus platos.., La cuestión es que me gusta que la “comanda” sea redonda. Es decir, que tenga un sentido y este bien “compensada”.


Cuando viene el camarero, dejo que Ana pida lo que quiere, y luego a continuación empiezo a hacerle preguntas al camarero sobre varios platos. Nos dice que también tiene pastilla, que no estaba en la carta. Al final, como además de las preguntas al camarero, pido confirmación a Ana de cada cosa, termino volviéndolos locos y convenciendo a Ana de que cambie lo que ha pedido por otras cosas. Finalmente, una pastilla de primero para compartir, el tagine de pollo para ella, y para mí algo que es cordero asado.


Ana estaba un poco estupefacta con mi comportamiento. De decir que me dejaba que pidiese ella todo, a cambiarle el primer plato.


Mientras nos traen el primer plato, le abro mi corazón, porque me parece que tengo que explicarle que hago un 23 de noviembre delante de ella, en Tánger, sólo y con un plan de viaje de un mes completo, en el que tengo pensado llegar hasta dahla (2000 km al sur). Le cuento que llevo un tiempo dudando del sentido de mi trabajo. Que en los últimos años mis mejores momentos han coincidido con viajes y que siento una especie de llamada a buscar otro tipo de vida.


También le confieso que todavía no tengo planes definidos, pero que he dejado el trabajo, tengo 18 meses de paro por delante y que en ese tiempo, tendré que decidir que quiero hacer con mi vida. Como poco, será un año sabático, pero me gustaría que también me sirviese para encontrar otro modo de vida más pleno y no tener que volver al mismo (o similar trabajo) que tanto me había quemado.


Parece entenderlo. Al fin y al cabo ella se ha ido de Pontevedra (pues de allí es Ana) hasta Tánger para trabajar en una ONG. Lleva 5 años en Marruecos y no tiene planes de volver, así que ella puede entender la necesidad de buscar nuevos horizontes más allá de los que uno vé desde la ventana de la casa en la que nació. Ella, en correspondencia, me cuenta también cosas de su vida “marroquí”. Llegó hace unos 5 años para trabajar en una ONG. Tuvo problemas. Algo bastante generalizado en toda la gente que conozco que ha trabajado en ONGs. Luego estuvo en Paro una temporada, pero no volvió a España.


Ahora trabaja para una fundación pública que gestiona fondos para proyectos de desarrollo. Tiene su oficina en Tetuán, a un poco menos de una hora en coche de Tánger. Y también tiene novio marroquí, ICAM, aunque este vive en Casablanca. Es decir, esta bastante integrada, pero más que a Marruecos, a Tánger, porque ni su trabajo, ni su pareja le han hecho irse a otra ciudad.


Le pregunté sobre sus funciones concretas en la fundación y me explico, que era la encargada de gestionar proyectos que ya estaban formulados, es decir, que tenía que asegurarse que lo que estaba escrito, se hiciese. Estuvimos charlando un rato sobre las luces y sombras de la cooperación al desarrollo.


Yo tenía algo de experiencia (aunque tangencial) en el tema porque mi última empresa era una consultora que pretendía participar en proyectos de cooperación (eso sí, con ánimo de lucro) y tenía algunos contactos con ONGs.


Empezaba a ser una conversación bastante agradable porque habíamos pasado, de los preliminares habituales cuando dos personas se acaban de conocer, a un tema que nos interesaba a los dos. Yo estaba encantado. A pesar de que he leído bastante sobre África y sus problemas, sobre el Islam y sus, digamos, especificidades, en general he conocido poca gente que tenga experiencia en el terreno. Que hable de las cosas porque las ha “tocado”. En este grupo me incluyo. Intento opinar de las cosas con sentido común, pero desde luego no puedo acreditar una gran experiencia.


En eso llego la Pastilla. Es un hojaldre redondo, con azúcar glasé y canela por encima, y en el interior, una mezcla de pollo desmigado, verduras, piñones, almendras. Esta muy bueno, aunque la clave, según Ana, es que el hojaldre este crujiente y poco aceitoso. Me asegura que aunque no esta mal, los comeré mejores cuanto más al sur de Marruecos esté.


A mí me parece que esta muy bueno, y empiezo a devorarlo porque, a lo tonto, sólo había comido un triste bocadillo en la estación marítima, y de eso, hacía muchas horas. Además me había levantado a las 5:30 de la mañana, así que la jornada había sido larga. A Ana también le debió de parecer que comía muy rápido porque en seguida comentó que qué bien que tuviese tan buen apetito y “tan pocos escrúpulos”. Por lo visto, mucha gente, en su primera comida en Marruecos, tiene algo de aprensión, mira mucho cada bocado, pregunta de que está hecho.. A mí me parecía estupenda, y para celebrarlo, pedimos una segunda ronda de cervezas.


Mientras seguimos charlando le suena el móvil. Es su novio Hicham. Mi amiga de Zaragoza me había contado que cada fin de semana uno de los dos va a ver al otro, y ese fín de semana, para suerte mía, le tocaba a él. Hablan, como es normal, en francés. Está llegando a Tánger, me cuenta cuando cuelga, y se apuntará al final de la cena y probablemente a tomar una copa.

  • ¿Has aprendido algo de árabe? Le pregunto a bocajarro.
  • Bueno, llevo 5 años estudiándolo, con cierta regularidad, en la escuela de idiomas y con clases particulares y ya entiendo algo, pero no puedo hablarlo.


Es decir, que debe ser complicadísimo.


El tema de los idiomas me tiene bastante frustrado. Es una de mis grandes limitaciones para poder viajar y conocer sitios. Sólo hablo español. Y el inglés del colegio, casi olvidado, no me sirve más que para pedir de comer, una habitación en un hotel y poco más. Desde luego es uno de los objetivos que tengo que marcarme para el futuro. Desde luego en este viaje, aunque en un mes no me dará tiempo a mucho, tengo que aprender cuatro rudimentos básicos de francés. Para algo me he gastado una pasta, en dos diccionarios (uno de bolsillo y otro más grande) y un libro de gramática francesa.


Pero a lo que iba. Los idiomas me frustran por mi incapacidad, y me hacen ver con cierta admiración, a los marroquíes. En su mayoría hablan más de un idioma. En el norte es muy fácil que hablen además del Árabe y el Francés, el español con fluidez. Pero es que además chapurrean el inglés, e incluso, como luego podría comprobar en ciudades como Marrakech o Fez, que reciben muchos turistas, incluso han aprendido algo de alemán. Desde luego en idiomas nos ganan por goleada.


Llegan los segundos platos. Mi plato esta bueno, pero un poco más mediocre. Es cordero asado y punto. Un poco seco. Sin embargo, el Tagine de Ana, tiene mejor cara. Me ofrece., pero todavía no hay confianza para comerme su segundo plato y le digo que no.


Al poco rato aparece Hicham en la puerta. Como era muy tarde y el restaurante estaba prácticamente cerrado (éramos los únicos clientes), la puerta estaba cerrada y Ana tuvo que levantarse a abrirle. La verdad es que me lo había imaginado diferente. Es más bien bajito y un poco regordete. Viste muy “pijo”; jersey y camisa y pantalones de pinzas. Es bastante moreno, con el pelo corto, un rizado en la parte del cogote y una incipiente calva en la coronilla. Habla español perfecto y me saluda muy simpático y sonriente.


Se sienta y en seguida sale el camarero con el que se pone a hablar en árabe. Por sus modelos parece un Marroquí de buena familia. Ana me hace una pequeña presentación de su novio. Tiene 38 años y ha trabajado en un banco durante 10 años, pero ahora es Director de un importante periódico de Marruecos. Sin embargo no es nada ponposo sino realmente muy simpático.

Lo primero que hace es pedir una cerveza (yo le acompaño con mi tercera) y terminarse, de un trago, lo que le quedaba a Ana de la suya. En teoría los musulmanes no beben alcohol, pero se ve que Hicham, o es ateo como yo, o no hace mucho de la ortodoxia de su confesión. No había tenido tiempo de cenar antes de salir de “Casa” (todo el mundo llama así a Casablanca), y también se termina el Tagine que Ana no había podido terminar, (o quizá lo había dejado voluntariamente imaginándose que su novio llegaría con hambre). El caso es que cuando terminó, no pidió nada más para el porque, y esto me sonó muy gracioso, luego “picaría” (Expresión castiza dónde las haya) algo en casa de Ana.

Para terminar, pido un café con leche (ellos no querían nada) y pedimos la cuenta.

Como llevaba mucho tiempo sin hacer el ridículo, y eso es algo muy raro en mí, a la hora de pagar la cuenta me pasó una cosa patética. El camarero trae la cuenta y, muy diligente él, la deja justo en medio de la mesa.

En uno de mis característicos arranques de buen pagador y chico educado, agarro la nota con rapidez y, ante las protestas de Hicham y Ana, digo que voy a invitar yo. Ellos siguen protestando, pero yo muestro firmeza y me meto la mano en el bolsillo para sacar el dinero.

Miro la cuenta y veo que son más de 350 dh (es decir, en comparación con el alojamiento, mucho más caro de lo que me esperaba), mientras que en el bolsillo apenas llevo 160 dh, que es lo que había calculado a razón del triple del coste de la habitación.

En España esa proporción estaría haría que me sobrase dinero porque serian 45 euros la habitación en una pensión y, multiplicando por tres, 135 euros, para cenar y salir de copas. Pues ahí estaba yo, diciendo que pagaba todo, con una cuenta de 350 dh en la mano y sólo 160 en el bolsillo.

Pero claro, para complicarlo más todavía, sí que tenía más dinero encima, pero lo llevaba en el cinturón de cremallera interna que me había traído para, en teoría evitar los robos. Pero claro, como le explicaba a un marroquí y a su novia que vive aquí desde hace cinco años, que me han dicho que su país es un nido de ladrones, y que tengo que llevar el dinero escondido. Además no podía irme al baño, de repente, dejando ahí la cuenta diciendo;

  • Pero antes de pagar, voy al baño un momentito. Como si fuese algo casual y no un truco para que paguen ellos.

Sinceramente, no podía decir nada. Se me caía la cara de vergüenza sólo de pensarlo, así que tuve que ir reculando y balbucear un patético;

  • hay!!, pues es que me he dejado el dinero en la habitación y no llevo bastante para invitaros..

Rápidamente Hicham puso el resto, y para evitar el dejarme mal, añadió; -

  • No, mejor invito yo a esta cena, y tú, pagas la de la vuelta. (se Supone que tengo que volver a Tánger para cruzar otra vez el estrecho y llegar por navidades a mi casa en Zaragoza).

Me parece una forma muy educada de invitar, pero insisto en al menos, poner el dinero que llevaba. Además les digo, aunque no explico como, luego os invito yo a la copa. Porque claro mi plan es ir ahora al baño y sacar el dinero del cinturón. Bueno es lo que hice, y saque los otros 400 dhs que tenía pero la sensación de ridículo no se me había pasado.

Hicham me pregunta por mi plan de viaje, se lo cuento y me da algunos consejos. Me viene bien porque estaba dudando de si, como siguiente paso, ir a Xauen o seguir por la costa, y Ana me recomienda lo primero.

Xauen parece que merece la pena. Hicham me dice que le había sorprendido que tuviese tanto tiempo libre para el viaje, y le vuelvo a soltar el rollo de que he dejado el trabajo, que si mis cambios vitales, etc.. Además les cuento que mi novia, aunque no está todavía confirmado, viene a Marrakech el puente de diciembre (del 6 al 10), así que tengo 12 días para viajar hacia el sur y luego otros 12, más o menos, para regresar hasta Tánger, cruzar el estrecho y llegar a mi casa para el 24.

Hablamos un rato sobre hasta dónde me daba tiempo a llegar. Mi idea original es llegar hasta Dahla. Ellos lo ven complicado. Ana no ha ido nunca e Hicham, siempre lo ha hecho en Avión. En todo caso me dicen que lo mejor es que cuando llegue a Añadir, lo consulte con otros dos amigos suyos (y de mi amiga de Zaragoza) que se llaman Marta y Luís, que por lo visto son expertos en el sur de Marruecos. También me dicen que hay posibilidades de coger un avión de regreso a Madrid, desde Añadir, Marrakech o Tánger, y que debo tener en cuenta que el estrecho, sobre todo en invierno, hay días que esta cerrado al tráfico marítimo, por fuertes temporales.

Me recomiendan que al menos vuelva con, al menos, un día más de tiempo. Me viene bien esa información porque la verdad es que, con eso, no había contado, y desde luego el avión es caro, y no me gustaría tener que utilizarlo.

Terminadas todas estas disquisiciones sobre mis planes de viaje, decidimos que, aunque los tres estamos cansados, podemos ir a tomar una copa, para que yo pueda conocer la noche Tangerina. Además a Hicham se nota que le apetece.

1 comentario:

samarkand dijo...

demasiado largo este relato