India tenía que darme una sorpresa más. Yo sabía, porque ya había viajado varias veces en avión en el país, que para entrar en las terminales indias hay que presentar, en un control policial en la puerta, el billete de avión. Sin embargo, no se muy bien porqué, esta vez se me había olvidado imprimirlo. Tenía, eso sí, el número de reserva, vuelo y dia y hora apuntado en un papel.
LLego al control de policía y me denigan la entrada. Insisto y chequean unas listas que les han facilitado las compañías. No aparece ni mi vuelo. Me quedo mirándoles con cara de ¿y ahora yo que hago?. Ni se inmutan. Mi pinta de mochilero, con pantalones cortos sucios, botas y una camiseta desgastada, parece que no les parezco un turista con el que merezca la pena perder el tiempo.
Vuelvo a la carga. Algo tendré que hacer. Al final me dicen que tengo que subir a la planta primera, ir a las oficinas de mi compañía (Finnair) e imprimir el billete allí. Aunque tengo todavía tiempo me agobio un poco. Llego al ascensor, subo a la primera planta y empiezo a buscar la oficina por un montón de pasillos desiertos.
Me cruzo con una persona, le pregunto y me manda en dirección contraria a la que llevaba. Casi todas las oficinas están, como es lógico dada la hora, cerradas. Me vuelvo a cruzar con otro empleado, le pregunto por Finnair y me manda en la dirección original. Ahora ya voy corriendo por los pasillos. Recorro las puertas de todas las compañías del mundo, pero no encuentro la que me interesa. Ha pasado como una media hora y empiezo a estar realmente preocupado. Aunque, pensándolo bien, eso me permitiría volver a Hampi.
Desecho la tentación de mi cabeza y sigo corriendo. Por fín llego a una oficina abierta. Entro dentro y pregunto a los somnolientos empleados por Finnair. Una chica muy amable, me acompaña hasta la puerta. Le doy las gracias con tanta intensidad que la aturdo un poco. Gracias a Dios (o a la suerte), la oficina esta abierta y hay un chico, engominado y con aspecto de broker, que me atiende enseguida. No me pone ningún inconveniente y me imprime el billete.
Para volver al punto de partid tengo serios problemas. Como he dado tantas vueltas corriendo, no se exactamente dónde estoy. Decido, bajar en algún ascensor a la panta calle y orientarme en el exterior de la terminal. Encuentro uno, bajo y, para mi sorpresa, después de recorrer un pequeño pasillo, estoy en la terminal y en la zona de facturación.
Tanto mal rato, para que me impriman el billete para el control policial y ahora, sin quererlo, me lo he saltado. Me dirijo a mi mostrador, tras escanear la maleta. Consigo salida de emergencia.
Con las prisas, no me he cambiado como había pensado hacer, así que tendré que viajar en pantalón corto y camiseta. lo único que he podido sacar de la maleta, precintada tras el escaneo, es mi sábana india, para taparme en el avión. De todas formas, pienso, como no tengo que salir del aeropuerto en la escala en Helsinki, tampoco pasaré mucho frio y en Amsterdam, cuando recupere la maleta, me podré cambiar.
Paso el control de policía y me dirijo a una zona de tumbonas dónde mis compañeros de vuelo están, en su mayoría, completamente dormidos. A la hora exacta prevista para el embarque, un empleado de Finnair se acerca hasta la zona y va despertando, con suavidad maternal, uno a uno a cada bello/a durmiente.
Sorprendentemente, en un vuelo de estas características, el avión esta casi vacio. No es que tenga un asiento en salida de emergencia, es que tengo toda la fila para mí. De las cerca de trescientas plazas, estarán ocupadas no más de cuarenta.
El vuelo trascurre placidamente. Me trago un par de películas, para intentar no acoerdarme de lo que dejo atrás y ponerme melancólico. Vuelvo a casa, me repito una y otra vez para intentar motivarme.
Llegamos a Helsinki sobre las dos y media de la tarde (hora finesa). Esta oscuro como si fuesen ls nueve de la noche. Por las ventanillas veo que todo alrededor de la pista esta helado. Miro mis pantalones cortos y me da frio sólo de pensarlo. Todo el mundo saca los abrigos, bufandas y guantes de las mochilas de mano.
Primer problema. No hay "finger", así que tengo que salir a coger un autobús, con una temperatura de cinco grados bajo cero, en pantalos corto y camiseta. respiro profundamente y salgo. Una bofetada de frio helador me recibe encantada. Estoy en Europa, no cabe duda. Corro hacia el autobús. Veo caras de extrañeza en la gente que me ve. ¿que os pasa?, pienso, vosotros también venís de mumbai y allí ya sabeis que hacía calor. Lo único es que yo no he sido tan previsor como ellos.
Afortundamente en el autobús hay calefacción y me recupero un poco de la impresión. Llegamos a la terminal. Evidentemente esta más templada que en la calle, pero no lo suficiente como para ir con mi atuendo. Para no quedarme helado, me dedico a dar paseos de un lado a otro. Todo el mundo se me queda mirando. En primer lugar, por la ropa (o mejor dicho, por la falta de ropa), y en segundo, porque estoy muy moreno y aquí todo el mundo es trasnparente. pensarán; ¿que hará ese negro semidesnudo en el aeropuerto?
Miro en alguna tienda por si me puedo comprar algo, pero los precios son prohibitivos. Recién llegado de la india, donde compre un polar por 4 euros, pagar 100 por una jersey, se me hace francamente duro. Me dirijo a uno de los restaurantes de buffet. Los bocadillos cuestan 7 euros. Lo descarto igualmente. me siento un poco infeliz. En teoría estoy cerca de mi casa. En un país de la zona euro, todo esta límpísimo y la gente habla inglés. Sin embargo, tengo hambre y frio, y me siento más desanparado que en todos los días de viaje por India.
Al final me compro una chocolotina para matar el hambre. Embarcamos con destino a Amsterdam. El vuelo vuelve a estar vacio. No le veo mucho futuro a esta compañía. Se me hace tan corto que, cunado empiezo a quedarme adormilado, anuncia que empezamos el descenso.
Ya en la terminal, recojo la mochila que me ha acompañado tanto kilómetros y, antes de salir, me cambio de ropa, poniéndome todo lo que tengo de abrigo. Salgo fuera. Raquel me esta esperando. Miro a mi alrededor. Es todo tan diferente! Sin embargo, empiezo a ver detalles que me hacen sonreir. Todo me resulta familiar y empiezo a tener ganas de reemprender mis rutinas "Amsterdanesas". Ir al rocódromo, a Ijmuiden a rodar con el muntain, escribir en el blog desde casa, ver a los amigos, ir la cine al Pathe de Munt.
Vamos en tren hasta Central Station y después cogemos el autobús 18 hasta Firederick Hendrick. Raquel dirige porque yo no he llegado a vivir en esta casa. Es la primera planta. Doei (nuestro gato) esta el doble de cómo lo deje. Es una bola de pelos enorme. Dejo la mochila tirada y me doy una larguísima ducha de agua caliente. Estoy en casa.
1 comentario:
Creo que me voy a pasar un rato largo leyéndote!!! Me has encandilado con tu viaje!
Un saludo.
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