Nada más abrir el ojo decido que hoy no voy a ir a escalar. Tengo las manos y los brazos bastante doloridos y además, me digo a mi mismo, no es conveniente escalar todos los días seguidos. En todo caso lo primero es hacer la “mudanza” a la otra orilla.
A pesar de eso, me levanto rápido. Marco y yo nos vamos a desayunar. En el desayuno charlamos un rato con una pareja de Israelíes. Para nuestra sorpresa Babette aparece enseguida. Esta empezando a tener síntomas de resfriado y nos confiesa que no ha dormido muy bien. Además me preocupa que no come muy bien. No le gusta el picante y eso en India es un problema. Casi todos los días come tortillas francesas y algún dulce. Si sigue así va a caer enferma casi con toda seguridad.
Pagamos la cuenta y nos marchamos. A Killom parece que se le ha pasado el disgusto y nos obsequia, al igual que el resto de los empleados, con un montón de sonrisas.
La barca sale en seguida y antes de las diez de la mañana ya estamos en el guest house dónde Marco reservó la habitación. Afortunadamente nos dicen que se ha quedado otra habitación libre, en la que se pueden quedar Babette y Kim, y como Marco accede a compartir conmigo hasta que se quede libre una tercera, no tenemos que seguir buscando.
Para aprovechar el día se nos ocurre ir a un lago que hay a unos cinco kilómetros a bañarnos. Estos quieren alquilar unas motos, pero yo decido que es una buena oportunidad de ir corriendo y así hacer un poco de deporte.
Tardo una media hora a ritmo tranquilo pero el calor es tan sofocante que se hace bastante duro. Cunado llego me están esperando y buscamos una “playa” en la que no haya nadie para bañarnos con tranquilidad. No tardamos mucho en elegir un lugar. Yo me baño inmediatamente para refrescarme. Kim duda porque ha visto un cartel en el que advertía, evidentemente en broma, que había cocodrilos en el lago. Nado hasta una roca a unos cien metros de la orilla y tomo el sol. Hay un poco de brisa que riza la superficie del agua y que hace un poco más soportable el calor. A pesar de ello tengo que bañarme constantemente para aguantar.
Babette y Kim que, como buenas belgas, tienen un color de piel absolutamente blanco, se embadurnan continuamente de crema protectora para no quemarse. Marco, que no parece gustarle mucho lo de tomar el sol, dice que se va a dar una vuelta por los alrededores. Yo prefiero quedarme con las chicas.
A los diez minutos aparece un chaval indio con una nevera portátil, que nos empieza intentar vender cosas. Yo le digo que no queremos nada pero, de repente, se me ilumina una bombilla y le pregunto, aunque sin muchas esperanzas, si lleva cervezas. Se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja y me dice que sí. Compruebo que esta realmente fría y el precio, cien rupias. Es muy razonable así que le compro una. Nos la tomamos entre los tres y nos sabe a gloria. Como efecto colateral, el amigo, no se separa de nosotros el resto de la mañana.
Al rato aparece otros tres o cuatro indios que, con todo lo grande que es el lago, deciden colocarse, casualmente, junto a nosotros y no les quitan los ojos de encima a Kim y a Babette. A los cinco minutos les pido que se busquen otro sitio y, aunque a regañadientes, me hacen caso y se marchan.
Nos tomamos una segunda cerveza, nos bañamos y dejamos que el sol nos seque placidamente. A las cuatro, empezamos a preocuparnos por Marco que no ha vuelto. Además nos entra un poco de hambre y decidimos que sería buen momento para volver. Trepo hasta una colina para intentar encontrar a Marco. Lo encuentro en la cima tomando fotos de todo. La verdad es que las vistas son impresionantes.
Bajamos juntos y nos vamos a coger las motos. Esta vez decido dejarme llevar en moto y no repetir la carrera de vuelta.
Nos vamos a duchar a nuestras respectivas habitaciones y el resto de la tarde nos dedicamos a disfrutar de las instalaciones, hamacas y tumbonas, de nuestro nuevo guest house. Marco y yo jugamos un par de partidas de ajedrez. Me gana holgadamente pero no me importa. El dueño y la mayoría de los clientes son israelíes y el ambiente s muy distendido entre ellos. Más que un guest house parece un campamento de verano. En una de las mesas hay una pareja de Españoles a los que “asalto” directamente rogándoles hablar un rato en Español. Resulta que son muy majos. Asturianos, residentes en Noruega y que, además han vivido varios años en Holanda. Se llaman Oscar y Nerea. Me cuentan que un muchos de los guest house de alrededor, proyectan películas bastante buenas en dos sesiones, a las ocho y a las diez, y que ellos suelen ir cada día. Esa parece ser su máxima obligación, además de hacer Yoga por las mañanas. Me cuentan que es su segundo viaje a India y que les gusta ir despacio. Suelen dedicar entre dos y tres semanas a cada sitio. En Hampi ya llevan un mes y les está costando irse. Me quedo con ellos un rato hasta que me traen mi cena a la mesa.
Después de cenar, nos marchamos a un ciber. Es la hora en la que mejor va, según nos ha dicho todo el mundo, y, a pesar de ello, la banda “ancha” es, a todas luces, insuficiente.
Sobre las once y media, Kim, marco y yo nos vamos a uno de los Guest House que tiene abierto el bar, nos tumbamos y pedimos unas cervezas. Babette esta un poco peor de su resfriado y decide no acompañarnos. De todas formas está bastante contenta porque ha recibido un correo de su ex novio pidiéndole que volviese con él y, aunque no esta segura de que va a hacer, parece que la idea no le resulta desagradable. Se separaron en un viaje al sudeste asiático unos meses atrás pero parece que la química no se ha apagado.
Marco se marcha al poco rato, aduciendo que esta muy cansado, pero Kim y yo nos quedamos hasta más de la una. Realmente nos marchamos cuando los empleados empiezan a acostarse a nuestro alrededor para dormir. Se ve que, lo que nosotros utilizamos como lugar de ocio, es su dormitorio.
Mientras caminamos hacia nuestras habitaciones, contemplamos un cielo alucinante preñado de estrellas de una intensidad a la que ya no estamos acostumbrados. Cuando entro en la habitación Marco esta profundamente dormido y yo le acompaño en escasos cinco minutos.
A pesar de eso, me levanto rápido. Marco y yo nos vamos a desayunar. En el desayuno charlamos un rato con una pareja de Israelíes. Para nuestra sorpresa Babette aparece enseguida. Esta empezando a tener síntomas de resfriado y nos confiesa que no ha dormido muy bien. Además me preocupa que no come muy bien. No le gusta el picante y eso en India es un problema. Casi todos los días come tortillas francesas y algún dulce. Si sigue así va a caer enferma casi con toda seguridad.
Pagamos la cuenta y nos marchamos. A Killom parece que se le ha pasado el disgusto y nos obsequia, al igual que el resto de los empleados, con un montón de sonrisas.
La barca sale en seguida y antes de las diez de la mañana ya estamos en el guest house dónde Marco reservó la habitación. Afortunadamente nos dicen que se ha quedado otra habitación libre, en la que se pueden quedar Babette y Kim, y como Marco accede a compartir conmigo hasta que se quede libre una tercera, no tenemos que seguir buscando.
Para aprovechar el día se nos ocurre ir a un lago que hay a unos cinco kilómetros a bañarnos. Estos quieren alquilar unas motos, pero yo decido que es una buena oportunidad de ir corriendo y así hacer un poco de deporte.
Tardo una media hora a ritmo tranquilo pero el calor es tan sofocante que se hace bastante duro. Cunado llego me están esperando y buscamos una “playa” en la que no haya nadie para bañarnos con tranquilidad. No tardamos mucho en elegir un lugar. Yo me baño inmediatamente para refrescarme. Kim duda porque ha visto un cartel en el que advertía, evidentemente en broma, que había cocodrilos en el lago. Nado hasta una roca a unos cien metros de la orilla y tomo el sol. Hay un poco de brisa que riza la superficie del agua y que hace un poco más soportable el calor. A pesar de ello tengo que bañarme constantemente para aguantar.
Babette y Kim que, como buenas belgas, tienen un color de piel absolutamente blanco, se embadurnan continuamente de crema protectora para no quemarse. Marco, que no parece gustarle mucho lo de tomar el sol, dice que se va a dar una vuelta por los alrededores. Yo prefiero quedarme con las chicas.
A los diez minutos aparece un chaval indio con una nevera portátil, que nos empieza intentar vender cosas. Yo le digo que no queremos nada pero, de repente, se me ilumina una bombilla y le pregunto, aunque sin muchas esperanzas, si lleva cervezas. Se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja y me dice que sí. Compruebo que esta realmente fría y el precio, cien rupias. Es muy razonable así que le compro una. Nos la tomamos entre los tres y nos sabe a gloria. Como efecto colateral, el amigo, no se separa de nosotros el resto de la mañana.
Al rato aparece otros tres o cuatro indios que, con todo lo grande que es el lago, deciden colocarse, casualmente, junto a nosotros y no les quitan los ojos de encima a Kim y a Babette. A los cinco minutos les pido que se busquen otro sitio y, aunque a regañadientes, me hacen caso y se marchan.
Nos tomamos una segunda cerveza, nos bañamos y dejamos que el sol nos seque placidamente. A las cuatro, empezamos a preocuparnos por Marco que no ha vuelto. Además nos entra un poco de hambre y decidimos que sería buen momento para volver. Trepo hasta una colina para intentar encontrar a Marco. Lo encuentro en la cima tomando fotos de todo. La verdad es que las vistas son impresionantes.
Bajamos juntos y nos vamos a coger las motos. Esta vez decido dejarme llevar en moto y no repetir la carrera de vuelta.
Nos vamos a duchar a nuestras respectivas habitaciones y el resto de la tarde nos dedicamos a disfrutar de las instalaciones, hamacas y tumbonas, de nuestro nuevo guest house. Marco y yo jugamos un par de partidas de ajedrez. Me gana holgadamente pero no me importa. El dueño y la mayoría de los clientes son israelíes y el ambiente s muy distendido entre ellos. Más que un guest house parece un campamento de verano. En una de las mesas hay una pareja de Españoles a los que “asalto” directamente rogándoles hablar un rato en Español. Resulta que son muy majos. Asturianos, residentes en Noruega y que, además han vivido varios años en Holanda. Se llaman Oscar y Nerea. Me cuentan que un muchos de los guest house de alrededor, proyectan películas bastante buenas en dos sesiones, a las ocho y a las diez, y que ellos suelen ir cada día. Esa parece ser su máxima obligación, además de hacer Yoga por las mañanas. Me cuentan que es su segundo viaje a India y que les gusta ir despacio. Suelen dedicar entre dos y tres semanas a cada sitio. En Hampi ya llevan un mes y les está costando irse. Me quedo con ellos un rato hasta que me traen mi cena a la mesa.
Después de cenar, nos marchamos a un ciber. Es la hora en la que mejor va, según nos ha dicho todo el mundo, y, a pesar de ello, la banda “ancha” es, a todas luces, insuficiente.
Sobre las once y media, Kim, marco y yo nos vamos a uno de los Guest House que tiene abierto el bar, nos tumbamos y pedimos unas cervezas. Babette esta un poco peor de su resfriado y decide no acompañarnos. De todas formas está bastante contenta porque ha recibido un correo de su ex novio pidiéndole que volviese con él y, aunque no esta segura de que va a hacer, parece que la idea no le resulta desagradable. Se separaron en un viaje al sudeste asiático unos meses atrás pero parece que la química no se ha apagado.
Marco se marcha al poco rato, aduciendo que esta muy cansado, pero Kim y yo nos quedamos hasta más de la una. Realmente nos marchamos cuando los empleados empiezan a acostarse a nuestro alrededor para dormir. Se ve que, lo que nosotros utilizamos como lugar de ocio, es su dormitorio.
Mientras caminamos hacia nuestras habitaciones, contemplamos un cielo alucinante preñado de estrellas de una intensidad a la que ya no estamos acostumbrados. Cuando entro en la habitación Marco esta profundamente dormido y yo le acompaño en escasos cinco minutos.
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