lunes, 19 de febrero de 2007

MI PRIMER DÍA EN MARRUECOS O LA TÁCTICA DEL “CORRE - CORRE”.

Cuando llegué a Tánger, dos sentimientos fundamentales (además del deseo, evidentemente, de disfrutar del viaje) dominaban mi ánimo. Por una parte, una firme voluntad de no preguntar a nadie dónde están las cosas (característica muy presente en el género masculino), y además no permitir a nadie que intentase engañarme.

No iba a preguntar a nadie porque no quería parecer un pringado que esta en su primer viaje de “aventurilla” y además me parecía que el viaje tenía más encanto si aprendía a defendermeyo solo. ¡Soy un Routard! (es el nombre de guía de viajes, en español, trotamundos) !y me desenvuelvo perfectamente en cualquier situación!, me repetía a mi mismo, una y otra vez, para aumentar mi seguridad.

Además me habían advertido tantas veces sobre los guías falsos, que pretendiendo ayudarte a llegar a tu hotel, te llevaban, en el mejor de los casos, a otro peor dónde tenían comisión y, en el peor, te robaban todo lo que llevases encima, que mi plan consistía en no hacer caso a nadie.

Estos pensamientos provocaron que cogiera impulso y, en mis primeras horas en Tánger, me lanzase a una loca carrera, que me generó bastante angustia y probablemente algún peligro más de lo necesario. Creo que por idiota, más que por riesgo real.

Os cuento mi recorrido desde el Barco hasta el hotel.

El pasaporte nos lo había sellado, una pareja de la policía marroquí a todos los pasajeros, en el propio barco, que ni siquiera nos miró a la cara. Muy eficiente, pensé, un trámite menos que hacer al llegar al puerto.

Sin embargo, no nos pidieron ningún papel para Aduanas y, supuse, que cuando llegásemos a la Terminal, tendríamos que pasar por algún control y rellenar alguna declaración.

Una vez que atracamos y mientras colocaban la pasarela para bajar del barco, se formó una cola de pasajeros deseosos de llegar a tierra. Había sido un viaje muy movido por el levante, y había echado la papilla prácticamente el 100% del pasaje (yo me contuve a duras penas).

Supuse que justo a la bajada estaría el control y me coloqué, más o menos, en la mitad de la cola, para imitar lo que los demás hicieran.

No hubo ningún control, fuimos caminando por la pasarela y nadie nos hizo ninguna indicación. Cuando llegamos al vestíbulo de la Terminal, tampoco había ningún control, sino que directamente nos mezclamos con la gente que estaba esperando a los pasajeros.

Ya estábamos en Marruecos! Era la primera vez que entraba en un país sin pasar ningún control de inmigración o aduanas. Lo lógico hubiera sido preguntar a alguien de la compañía naviera o dirigirme a información, pero como desde el momento de llegar al vestíbulo empezó el “acoso” de los taxistas, y yo estaba decidido a no dejarme timar por nadie, pasé de todo, y me dirigí a la salida de la Terminal a toda velocidad.

Empezaba la carrera!

Nada más salir de la Terminal, se incrementaron los ofrecimientos de taxi. Es un fenómeno generalizado en todo Marruecos. Deben de pensar que los turistas somos ciegos y que si no nos gritan, Taxi, Taxi!! No nos vamos a dar cuenta de su existencia y función.

Por supuesto, ignoré todos los ofrecimientos que me hicieron y salí pitando en busca del hotel sin preguntar a nadie. El problema fue que como todos los pasajeros tenían a alguien esperándoles en el vestíbulo o cogieron un taxi, me convertí en la única persona (y habría unas 200 personas más) que pretendía salir a pie del puerto. No podía seguir a nadie, que era mi plan original.

Miento, había otra persona. Una chica Marroquí de unos 25 años con un carrito y su hijo. Y yo, como un idiota detrás de ella. !Menuda protección!. Además iba tan despacio que al final no me quedó otro remedio que adelantarla y a unos 100 metros de distancia de la Terminal ya estaba solo.


En general, los puertos siempre son un tanto complicados, lo sé bien, porque he trabajado bastante para el sector. Suelen producirse bastantes delitos en sus instalaciones. En Tánger, por la noche, sólo, con todas mis pertenencias encima (una super mochila que pesaba como un muerto), y sin tener ni idea de por dónde se salía del puerto, no me sentía, como es lógico, lo más seguro del mundo.

Sólo tenía una idea aproximada de por dónde tenía que ir, por lo que había podido orientarme mirando el mapa (apenas un croquis) de mi guía.

El Puerto además estaba lleno de grupos de hombres que, aparentemente no hacían nada más que esperar, supongo que el barco de turno para cruzar hacia España, o serían tripulaciones de barcos. A priori, mis prejuicios me hacían desconfiar de grupos de gente parados en la calle sin hacer nada. En España, normalmente, todo el mundo va a algún sitio o está haciendo algo. Y normalmente, en los barrios más complicados de nuestras ciudades, la gente que esta parada por las esquinas, sin hacer nada, suelen ser camellos o proxenetas.

Evidentemente todos se quedaban mirándome, pero ninguno me dijo nada y, lo que es seguro, es que ninguno era un maleante, porque yo estaba sólo y absolutamente a merced de quien hubiese querido hacerme algo. Además tenía una pinta de guiri que tiraba para atrás y estaba claro que no sabía adonde iba. Sin embargo nadie me molesto.

A los diez minutos, entre el peso y los nervios de no saber adonde iba, estaba sudando como un pollo.

Mientras caminaba, veía a mi derecha, arriba, la Medina, que era dónde yo tenía el hotel, pero aparentemente estaba separada del puerto por un muro. Pensé en dirigirme hacia allí directamente, cruzando un parking, lleno de camiones, para ver si había alguna puerta de salida. Sin embargo eso me obligaba a salir de la carretera principal y por tanto abandonar la única zona iluminada del puerto y que tenía un tráfico continuo.

Descarté la idea y seguí hacia donde suponía que estaría la entrada principal. Al final, después de una buena caminata, llegué a la salida en dónde había un control de la gendarmería marroquí.

Nadie me dijo nada, sólo controlaban a los vehículos, pero no a los peatones, así que salí y giré, tenía que retroceder un poco, hacia la medina.

Evidentemente tampoco ahora pregunté a nadie. Justo al salir del Puerto había una plaza dónde también había mucha gente (sólo hombres) parada. Como iba muy rápido tampoco podía darme cuenta, pero estaba lleno de oficinas de las agencias que venden pasajes para los barcos. En Algeciras es exactamente igual y también hay siempre mucha gente pululando alrededor.

De la plaza subía una calle hacia la medina cuya dirección me parecía que era exactamente la que tenía que tomar. La seguí y, a escasos treinta metros, encontré una puerta en la muralla que estaba indicada en el croquis de la guía. Entré por ella.

Efectivamente era una entrada a la medina, y, una vez dentro, el mundo cambió. Mi mochilón se convirtió en un reclamo y fui asaltado por montones de guías falsos que me querían ofrecer cualquier cosa que, se supone, que puedas necesitar.

  • Te llevo al hotel.
  • ¿quieres kifi?.
  • ¿te apetecen mujeres?.

Te ofrecen de todo en menos de un minuto. Si los rechazas, para ganarse tu confianza, te dicen que sólo quieren hablar, te hablan en español, francés e inglés simultáneamente. Si no les contestas algunos te dejan tranquilo, pero otros insisten y se ponen a darte palique a tu lado.

Lo cierto es que si que impacta un poco. ¡Hay tanta gente en la calle!, en la economía informal, buscándose la vida, que todos te asaltan y te agobian porque, la verdad, no estamos acostumbrados.

Además, las medinas (ahora ya he visto unas cuantas) imponen bastante cunado entras por primera vez. Son entramados de callejuelas, normalmente sin tráfico, en dónde es difícil orientarse y dónde se mezcla de todo, suciedad, puestos en la calle, comercios de todo tipo, animales (los más habituales son burros, gatos, y gallinas), pensiones, y sobre todo, mucha gente, olores muy intensos y bullicio.

Mi reacción ante la avalancha de ofertas fue la de tirar para adelante, sin hacer ni caso y apenas contestar a nadie. Los guías falsos son muy pesados, pero no quiere decir que sean peligrosos. Sólo algunos, como en todos sitios. El caso es que fui avanzando con una nube a mí alrededor.

Más o menos, los conseguí rechazar a todos, pero uno, más pesado de lo normal, se puso a mi lado y me soltó el rollo de que sólo quería hablar y de que la gente en Marruecos era muy buena, que si eramos hermanos, etc, etc... Me hablaba en español, supongo que lo dedujo por mi aspecto físico, porque yo no le había dicho nada.

Al final como no me “soltaba”, le dije que no necesitaba su ayuda, y que había estado en Tánger en infinidad de ocasiones. Evidentemente no se lo tragó. Como si no me hubiese escuchado, me preguntó a que hotel iba.

Le dije el nombre de la pensión. El se empeñó en acompañarme aunque yo seguía asegurándole que sabía dónde estaba. A todas estas yo seguía andando a toda prisa, intentando fijarme en algún punto de referencia que me permitiese orientarme. Justo en ese momento, a la izquierda vi unas escaleras, el tipo me dijo que era subiendo por ellas, yo también lo creía, pero me entró las dudas. A ver si este tío quiere perderme nada más entrar en la medina.

Otra la posibilidad era, pasar de la pensión que había legido de la guía (la que se suponía que era mejor dentro de la categoría de las más baratas), y dirigirme a un Hotel más grande y caro que tenía carteles indicativos y seguían la calle principal de la Medina.

De todas formas, no quería renunciar a la primera, y decidí jugármela y subir porque en la guía había leido que para llegar a la calle de mi pensión había que subir unas escaleras, pero, ¿serían esas?.

El tio seguía pegado a mis "faldas" y parloteando. Cuando subimos las escaleras, entramos en una callejuela, en la que cada portal, prácticamente era un hostal, o pensión, cada cual con peor pinta. Cada vez que pasábamos por uno, el tipo me decía el nombre del hotel y si era o no bueno. La verdad es que no insistió mucho en que eligiese ninguno de ellos.

Cada vez sudaba más. Y todo el rato la calle era cuesta arriba.

Yo seguía dudando si iba por buen camino, porque la verdad es que la calle en cuestión tenía una pinta horrible, o si por el contrario el tio había conseguido perderme.

Además incluso, teniendo mi "propio guía", seguían asaltándonos más personas ofreciéndome de todos. !La escena era de locos! En todo caso, lo único bueno de tener un guía, es que el se ocupa de mandar a paso a sus compañeros de oficio.

Al final, y a pesar de que estuve, un par de veces, a punto de darme la vuelta, apareció el cartelito de mi pensión.

Uf!!, ¡Estaba en casa!, ¡A salvo!. Entré en la recepción de un salto sin despedirme del tipo, a pesar de que el me siguió diciendo cosas. Evidentemente no le di dinero, si era eso lo que esperaba, y una vez que estuve con el recepcionista, el tío se batió en retirada y desapareció.

La sensación fue como si hubiese superado peligros mortales. Estaba acojonado.

El recepcionista me parecía un ángel de la guarda. Le pregunté si hablaba español y por supuesto me contestó en mi idioma co bastant fluidez . Le pregunté si tenía alguna habitación libre, cruzando los dedos porque no me apetecía volver a salir a la calle, dónde me imaginaba estaría apostado mi guía, y otra vez me respondió afirmativamente.

Le pregunté el precio de la habitación, porque me sentía en la obligación de regatear , pero en ese momento, con los nervios, el regateo me salió patético.

- 50 dirhams (5 euros). Dijo le recepcionista.
- Perfecto. Contesté.


!Joder!, !menudo regateo!. Me podía haber pedido el doble y hubiese aceptado igualmente. Además el precio es extremadamente barato para los parámetros a los que estamos acostumbrados en España.

Me llevaron a la habitación, por un mundo de pasillos y escaleras, y me encerré en ella. Llamé corriendo a mi contacto en Tánger, pensando que si no la localizaba, iba a quedarme encerrado en la habitación toda la noche. En ese momento no me sentía con fuerzas de volver a afrontar la medina.

Al final salí y no hubo ningún problema. Salí a cenar e incluso a tomar un par de copas. Pero en ese momento estaba sobrepasado. En parte por la realidad y en parte por los prejuicios que me hacía ver peligros dónde no los había y no me permitían relajarme, pensar y actuar con un poco de sentido común.

Es cierto que la medina por las noches, con la mochila, acojona un poco, y tiene un cierto riesgo (la guía decía que esa zona era la más peligrosa de Tánger y que Tánger era de las ciudades más peligrosas de Marruecos, textualmente decía que Tánger no era una ciudad para pardillos).

Sin embargo estoy seguro que el riesgo real es muy inferior lo que yo sentí, que fue exagerado.

Probablemente habrá personas, los más experimentados, que lean esto y les parezca muy Naif mi reacción, y sin embargo a otros, que nunca han hecho un viaje más allá de los que organizar las agencias, les parecerá que corrí riesgos innecesarios y excesivos.

La verdad es que para mí esos momentos de acojone que pasé, también forman parte de las sensaciones de euforia, que tuve cuando comprobé que es posible imponerse a los miedos iniciales y, en pocos días, manejarte con soltura por las medinas de Fez, Marrakech.

Bueno, lo dejo aquí. Otro día contaré el resto de la noche, en la que seguí teniendo sensaciones muy intensas, y como fui pasando, alternativamente, del miedo inicial a la "euforia del viajero".

1 comentario:

Ra y Mon dijo...

El día que hagamos un viaje juntos a algún pais tipo Marruecos, recuérdame que sea yo el que decida qué hacer al salir a un puerto marítimo por la noche... Yo creo que nadie te hizo nada porque pensaron que eras una aparición: nunca, en toda la historia del puerto de Tanger, ha caminado por allí un extranjero por la noche :-)

En cualquier caso, estoy de acuerdo con todo lo que dices: los marroquies son unos pesados, pero tienes más probabilidades de que te roben en las ramblas que en la esquina más oscura de la medina más enrevesada de Marruecos.