Lo reconozco, el día de antes de irme a Marruecos, sólo, sin nada reservado y con mi guía del trotamundos como único apoyo, estaba acojonado. Así, con todas las letras. Era mi primer viaje en solitario, y aunque ahora, después de haber regresado sano y salvo, me parece una tontería, en ese momento había varias cosas que me preocupaban.
En primer lugar esta el desconocimiento del idioma. No hablo ni una palabra de francés y , evidentemente, tampoco árabe.
En general los idiomas no son lo mío, porque en Ingles me puedo defender, pero de forma muy rudimentaria. En cualquier caso tampoco se habla mucho en Marruecos. El español sólo me serviría en la Zona norte (Tánger, Xauen), aunque siempre es un consuelo porque esperaba que los primeros días fuesen los más “duros”.
La realidad fue que, frente a mis miedos, no tuve ningún problema. Evidentemente puede representar una barrera a la hora de establecer relaciones profundas, pero para el 99% de las situaciones cotidianas, la voluntad de entenderse es suficiente. Además, en general, los marroquíes chapurrean de casi todo. Al final de viaje utilizaba una especie de dialecto en el que mezclaba lo que aprendí de francés, inglés y español cunado había algo que sólo sabía decir en mi idioma. Y todo el mundo me entendía a la perfección.
Mi segunda preocupación era la de viajar sólo. ¿Me aburriría, deprimiría?, ¿encontraría otros viajeros con quien compartir el viaje?. No lo sabía, porque jamás había viajado sin familia, amigos o pareja.
En todo caso tenía la suerte de que una amiga había vivido en Marruecos varios años y, aunque ya no residía allí, me facilitó contactos de varias personas para algunos momentos clave del viaje (Tánger, Xauen, Merzouga y Agadir). Además también mi pareja volaría en el puente de diciembre a Marrakech, para pasar unos días juntos (El viaje empezó el 24 de noviembre, así que hasta el 6 de diciembre tenía un par de semanas nada más).
Al principio de viaje, tengo que reconocer que me preocupaba la idea de no “hacer amigos”. Pero era más una preocupación estética, por el ¿que dirán?, que porque realmente estuviese a disgusto. Durante el día me dedicaba a ver todas las cosas que el viaje me ofrecía, y por la noche, tenía que escribir, así que necesitaba tener todo el tiempo para mí.
En un par de momentos del viaje se me acercaron otros viajeros solitarios, uno canadiense y otro noruego, y, tengo que reconocer que no estuve muy simpático, porque, sinceramente no me apetecía compartir mi viaje con unos desconocidos. También es cierto que no me agobió la soledad porque sabía que iba a quedar con gente en varias de las etapas, y porque, por ejemplo en Merzouga, congenié bien con uno de los empleados del hostal en que me alojaba..
En tercer lugar, aunque ni mucho menos el menos importante, estaban mis prejuicios (y los que me había transmitido mucha gente) respecto a la peligrosidad del país. También había recibido muchas advertencias sobre seguros engaños, y para terminar de completar el cóctel de miedo a lo desconocido está la religión.
Casi parece que una persona musulmana rezando resulta amenazadora. Suena ridículo, pero es así. Hay tanto miedo por el terrorismo fundamentalista islámico que hemos llegado a sentir aprensión por manifestaciones religiosas que deberían ser inocuas.
¿Alguien podría sentirse amenazado por un cura católico, o por uno de estos mormones que van por las casa intentando captar adeptos?. Claro que no, pero esta claro que los atentados de los últimos años han generado una predisposición a la desconfianza.
Tampoco voy a decir que no tenga una base lógica, pero sí quizás, por efecto del propio miedo, la reacción sea un tanto exagerada.
Bueno pues esos prejuicios, estaban en mí cuando me monté en el ferrie que cruza de Algeciras hasta Tánger. Unos escasos 30 kilómetros, que a mí, en ese momento, me parecían que separaban galaxias diferentes.
Por culpa de esos prejuicios me sucedieron algunas cosas un tanto ridículas, que, aunque me da bastante vergüenza contar, lo iré haciendo por entregas. Esto es como una terapia.
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