domingo, 16 de marzo de 2008

Día 10: Playa Coco

Para terminar el viaje (solo nos quedaban cuatro días), habíamos decidido elegir un destino de playa en la Peninsula de Nicoya. Esta zona es un poco más turistica que el resto, pero se supone que cuneta con las mejores playas de arena blanca.
Entre ls muchas opciones, habíamos elegido Playa Coco, para los dos primeros días, y Tamarindo, para los dos últimos. Como nuestro destino estaba lejos, unos 150 kilómetros "ticos", por la mañana desayunamos pronto y nos ponemos rápidamente en marcha.
El viaje transcurre por carreteras bastante buenas, pero muy transitadas de camiones. Yo empiezo a estar ya cansado de conducir casi todos los días de un sitio a otro. Si volviesemos a hacer el viaje, quizá lo plantearía de otra manera, con más pausa.
Sorprendentemente tardamos poco más de dos horas y media, y no son las doce cuando estamos entrando en el hotel. La habitación esta bien, aunque ni por asomo llega al nivel de las últimas. Sin embargo el hotel tiene una pequeña piscina que no hago más que mirar, mietras rellenamos los formularios en recepción, porque hace un calor infernal.
Dejamos las cosas en la habitación hy nos damos un baño. Luego, tal y como vamos, en bañador y cholas, nos acercamos a la playa. La decepción es tremenda. No es fea, y efectivamente es de arena blanca, pero esta muy sucia. Hay pilas de basura acumuladas junto a la arena. Además en medio de la playa hay una desembocadura de un pequeño rio y arrastra tanta tierra, que, junto al agua, más que arena, lo que se pisa es fango. Damos un paseo de aproximadamente un hora, por si en alguno de los extremos la cosa mejorase, pero no es así. Volvemos hacia el pueblo y encargamos comida en un chiringuito con vistas a la playa.
Las imeriales con hielo y un ceviche de camarones nos hacen recuperar el ánimo. Decidimos que pasaremos la tarde en la pisicina (no me apetece conducir a otra playa) y que mañana nos marcharemos a Tamarindo. En la cuenta se nota, que esta zona es más turística. Los precios casi doblan a los de los sitios en los que hemos estado en los últimos días, y al menos triplican los de Puerto Jimenez.
La tarde la pasamos bañándonos y leyendo. Mis dos guías (la Lonely Planet y la Audi) están tan sobadas y releidas que parecen mucho más viejas de lo que en realidad son. El hotel tiene un pequeño casino que le da un aspecto un poco decadente. Hay algunos turistas mayores, que viajan solos, y se pegan la vida sentados enfrente de una ruleta o cualquier otro juego. Las camareras / croupieres aguantan con una sonrisa sus miradas lascivas.
Pensando un poco en ello, nos damos cuenta de que hemos conocido a muy pocos ticos. La conclusión a la que llegamos es que, viajando con coche particular, se dan pocas oportunidades, y decidimos que el año próximo, haya dónde vayamos, lo haremos en trasnporte público.
Por la noche cenamos en el restaurante del hotel. No nos apetece jugar a nada claro, pero decidimos pedir unas copas que por otra parte son extremadamente baratas. probablemente sea una estartegia para que, una vez animado por el alcohol, te dejes llevar en el juego. Con nosotros no funciona. Pedimos una copa tras otra y terminamos bastante borrachos, pero en vez de por el juego, nos da por otras cosas. Nos marchamos tambalenates. A duras penas alcanzamos la habitación.
A la mañana siguiente descubrimos que dejamos las llaves en la puerta por fuera. Y nadie vino a llamarnos la atención, a pesar de que no fuimos los clientes más discretos. Todo un éxito.

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