sábado, 14 de marzo de 2009

Planos y realidades

Siento el miedo a la caída en mi estómago. Bajo mis pies un abismo, enfrente, un sólido muro de acero plateado. De repente caigo. En un aparentemente desesperado intento, lanzo mis manos hacia delante para agarrarme a cualquier irregularidad. El muro es absolutamente liso, sin embargo, sin explicación posible y frente a cualquier lógica o esperanza, el acero cede ante las yemas de mis dedos. La velocidad de caída se reduce. No siento dolor ni esfuerzo en mis manos. Casi me he detenido. Adelanto las puntas de los pies y el acero vuelve a ceder. Me detengo bruscamente.

Respiro entrecortadamente. Miro hacia abajo y no distingo el fondo. Siento vértigo. Mi corazón palpita muy rápido. Estoy suspendido. Sostenido únicamente por las puntas de los dedos de pies y manos. No tiene sentido. Nada tiene sentido. ¿Dónde estoy?, ¿Como es esto posible? No recuerdo nada de lo que ha pasado anteriormente ni cómo he llagado a encontrarme esta situación.

 

Intento recordar mi nombre. Intuyo algo, pero no consigo transformarlo en una respuesta. Una brisa fresca que viene del fondo del abismo, me saca de mis pensamientos. Tengo que hacer algo. No se cuanto tiempo más podré sostenerme porque, aunque no siento esfuerzo, ni dolor, lo que esta pasando no es posible. La superficie, aparentemente sólida, se ha convertido en una especie de líquido en el que puedo penetrar escasos centímetros y que sin embargo, parece sólido porque sostiene mi peso y evita la caída.

 

De repente, caigo un par de metros más, y me vuelvo a detener. ¿Qué ha pasado? No he hecho nada. Ni tan siquiera me he movido. ¿Tendrá que ver con algo que he pensado o es que las condiciones físicas del muro cambian aleatoriamente?

 

Vuelvo a sentir vértigo. Me da miedo volver a caer. Y esta vez, ¿hasta dónde?, ¿un par de metros o quizá hasta el fondo?.Nada tiene sentido. Intento recordar las clases de escalada. Brazos estirados y caderas cerca de la pared. Echo hacia atrás la cabeza y escudriño a lo largo de la pared intentando buscar un fin. No lo encuentro, una suave niebla me impide ver muy lejos.

 

¿Dónde estaba antes de llegar aquí? Hago esfuerzos por recordar, pero no lo consigo. Creo que ya había nacido, pero dudo de si había muerto. Una nueva ráfaga de viento levanta un poco la niebla. Vuelvo a buscar el extremo superior del muro y me parece vislumbrarlo. Esta lejos, pero no se calcular la distancia. ¿son cien metros o un kilómetro? Es difícil tener certeza sobre algo en este absurdo.

 

Intento tranquilizar mi respiración. Sigo sin sentir esfuerzo o dolor. Tengo que subir hasta el borde del abismo. Es mi única posibilidad, mientras dure el milagro de estar atravesando con las yemas de mis dedos un material que, aparentemente es sólido como el acero.

 

Extraigo muy despacio la mano derecha. La superficie cede y se iguala, para quedar absolutamente lisa de nuevo. Alzo la mano unos cuantos centímetros y la vuelvo a introducir en la pared. El milagro se repite y vuelve a ceder. Siento una especie de cosquilleo helado en las yemas. Ahora llega el momento clave. Saco un pie, el izquierdo, y lo levanto un poco. Perfecto, vuelve a ceder. Subo la mano izquierda y, sobre estos tres puntos de apoyo, me decido a subir el pie derecho completando el primer paso hacia arriba.

 

Conseguido. Solo he avanzado unos centímetros, pero una oleada de optimismo me sacude. El viento me da en la cara y siento que el sudor empieza a bañar mi espalda y sienes.

 

De repente recuerdo mi nombre. Ahora ya tengo un objetivo. Sé quien soy, y que quiero hacer. Subir. Repito los movimientos de escalada. Todo sale bien y gano un poco de confianza. Echo de menos el que exista algún agarre visible. En esta pared imposible, puedes sujetarte en cualquier punto, pero eso me pone nervioso. Todos los puntos son posibles, pero ninguno lógico. Nada te indica el camino a seguir y además todo es increíble. A pesar de ello, hago un esfuerzo de adaptar mi mente a esta “realidad”.

 

El viento trae olor a humedad y, efectivamente, a los pocos segundos empieza a arrastrar, desde el fondo, como no podía ser de otra manera en este mundo de locos, una lluvia muy fina. No tengo ni idea de cómo puede afectar este nuevo elemento a las condiciones del muro al que me aferro, pero si algo tengo interiorizado es que la lluvia no es buena compañera de un escalador. Incluso la pared más rugosa, se convierte en una superficie resbaladiza cuando esta mojada. 

 

Siento en mi interior la urgencia de darme prisa en alcanzar el borde del abismo y ponerme a salvo. Escalo hacia arriba lo más rápido que puedo. La lluvia se mezcla con el sudor, y a los pocos minutos, mi respiración está al límite. Me doy cuenta de que tengo que frenar o voy a empezar a híper ventilar. Y síu que tras la hiperventilación esta el mareo y pérdida de conciencia.

 

No me puedo permitir perder la conciencia. Escucho una música que llega desde atrás de mí. No consigo girarme lo suficiente para ver algo. Pero de alguna manera sé que allá, a lo lejos a mi espalda, debe existir otro mundo imposible compuesto de música suspendida en la nada.

 

Los compases metálicos y eléctricos, me recuerdan algo que ya he escuchado en mi pasado. Cuando cerraba los ojos y dejaba que esa energía mágica penetrase cada poro de mi cuerpo y recorriese por mis venas todo mi ser. Cierro los ojos por un segundo y dejo que me llene de felicidad artificial.

 

La lluvia, que ya ha empapado toda mi ropa, me devuelve a la realidad. Me apresuro en la escalada. Ahora, utilizando la música como impulso y ritmo. Coordino los movimientos con los “beats” alucinantes que mi cerebro registra unas décimas de segundo antes de que mi oído efectivamente los escuche. Estoy intuyéndolos. Sé cómo va a sonar por anticipado.

 

Centro la mirada arriba. El borde sigue muy lejos. Hay un momento que me parece que incluso está más lejos que al principio. Paro un momento e intento calcular la distancia, como cuando era niño. Extiendo la mano, y coloco un dedo en el borde y el otro justo en el borde de mi nariz. Vuelvo avanzar y chequeo la distancia entre ambos dedos. Como me había parecido, la distancia ha aumentado.

 

No se que hacer. De repente caigo otra vez. En esta ocasión la caída es de bastantes metros, pero, tan sorprendentemente como empezó la caída, se acaba y me detengo. Siento pánico. Mi estomago da vueltas y la respiración ha llegado a un punto casi insostenible. Todo me da vueltas. Vacilo. Un pie y una mano se me sueltan de la pared, y me quedo sostenido sólo por dos puntos en un equilibrio cada vez más precario.

 

Estoy aterrorizado. Vuelvo a agarrar la pared desesperadamente. Me pego a ella y cierro los ojos. Estoy así varios minutos hasta que un grito dentro de mi mente se abre camino hacia mi comprensión. Tengo que relajarme. Todo lo que está sucediendo es imposible, no es lógico y, por tanto, tampoco la caída tendría porque tener las consecuencias que me aterrorizan.

 

Empiezo a entender. No hay caminos lógicos que resuelvan mi situación. La música vuelve a penetrar en mi cuerpo y me llena de energía. De alguna forma comprendo de que, aunque esto no es un sueño (¿Qué es un sueño?), tampoco es la realidad (¿Qué es la realidad?. Ahora la música me ha dominado por completo y me siento absolutamente feliz. Los músculos de mis piernas y brazos están tensos, pero no cansados a pesar del supuesto esfuerzo. Una nueva ráfaga de viento húmedo despeja mi mente. De repente aparece, entre unos jirones de niebla, un rayo de sol. Me da en la cara. La sensación es tibia y rejuvenecedora.

 

Tomo una decisión. Es una locura. Pero todo es una locura. Respiro profundamente. Igualo mis hombros y pongo a la misma altura los pies. Estiro los Brazos. Subo un poco los pies para hacer palanca. Empujo con las palmas, coloco las plantas de los pies en la pared. Hago fuerza en los cuatro puntos de apoyo y me pongo de pié.

 

El acero, se transforma en una sueva y lisa capa de hierva verde. Tras el mareo inicial de sentirme en otro plano. Siento una felicidad inmensa. Estoy tranquilamente de pie en una pradera. La fuerza de la gravedad ejerce su trabajo y me pega al suelo. No puedo caer y estoy salvado. Doy unos pasos, luego una pequeña carrera y finalmente doy saltos de alegría. La música suena ahora muy fuerte y todas las células de mi cuerpo se han sincronizado con ella y vibran en una sinfonía intensa.

 

Me siento en el suelo. Echo la cabeza hacia atrás y dejo que el sol y la lluvia bañen mi rostro. De repente recuerdo cómo llegué aquí. La respuesta es sencilla, intentando encontrar mi camino.

 

 

 

 

1 comentario:

teresa dijo...

molaaaaa