domingo, 7 de diciembre de 2008

Essaouira, un fuerte portugués protegiendo una medina y una playa infinita para prácticar Kite mountainboarding.

Nota: Si estaís pensando hacer un viaje a Marruecos, os recomiendo que visitéis la guía de Marruecos que hemos escrito recientemente para BuscoUnViaje.com.

Además también podéis consultar las guías de Fez, Marrakech, o Casablanca.


La luz es siempre límpida y clara en Essaouira. No son los siete de la mañana cuando resbala por el zócalo de la ventana y empieza a acariciarte suavemente. Levantarse así es sencillo. Simplemente te incorporas, te calzas las sandalias y vas hasta la cocina para tomar un zumo de naranja. Nada te preocupa, tienes tiempo y sabes que te espera un día en el que te vas a dedicar a hacer algo que realmente amas.

Te asomas a la ventana y tienes que cerrar los ojos. Otro día más, piensas, de magnífico cielo azul, sol y, estas casi seguro, viento del norte de unos veinte nudos.

Sales al pequeño balcón del apartamento que has alquilado, por muy poco dinero, y compruebas que efectivamente las banderas del paseo ya están moviéndose alegres, bailando e intentando alejarse del mástil que las retiene. Sólo son las 7.30 y ya están así, piensas, eso es que va a ser un buen día para volar las cometas. Probablemente la “cult”de 3.5, aunque igual me atrevo con algo más grande.

Vuelves a la cocina y terminas el desayuno, va a serla única comida no marroquí del día. Huevos, tostadas y fruta. Cuando terminas te pones el bañador y las zapatillas y sales a correr a la playa. En un extremo de la bahía está la medina, con sus blancas casas y su muralla portuguesa.

Le das la espalda pensando que cada día que pasas aquí te parece aún más bonita. Enfrente de ti, la playa, de arena blanquísima, fina, dura y plana. Perfecta para correr. Nunca la has terminado porque tiene más de 20 kilómetros y luego hay que volver. El único problema de correr aquí es que a la ida tienes el viento a favor y a la vuelta maldices tu optimismo habitual cuando tienes que regresar, apretando los dientes, luchando contra un muro invisible que frena tu ritmo constantemente.

Regreso a “casa” sudando pero feliz. Voy directamente a la ducha. Si hiciera un poco más de calor me bañaría pero estamos en diciembre, y aunque hace muy buen tiempo comparado con España, el atlántico esta frío. Leo tranquilamente durante una hora. Como no, un libro de Paul Bowles, el escritor que me hizo enamorarme de Marruecos incluso antes de haber venido.

Cunado calculo que deben ser las doce y pienso que el viento habrá alcanzado su máximo nivel, preparo la mochila con las cometas y el mountainboard. Sí, ya sé que ahora mismo todo el mundo esta loco por el kitesurfing. Pero, ¿quién ha dicho que tengamos que ser todos iguales o que nos tengan que gustar las mismas cosas?

Llego a la playa en dos minutos. Esta casi desierta. Se ve a lo lejos algún turista paseando y detrás de ellos los chavales del pueblo que intentan venderles paseos a caballo. A mí ya me dejan en paz. Ya me conocen y saben que el caballo que necesito es el mismo que sostiene a las gaviotas lánguidamente sobre el puerto.

Dejo la mochila y el mountainboard en el suelo, saco el anemómetro y hago mi ritual particular. Calculo la velocidad del viento. Estamos en 20 nudos con rachas de hasta 25. Me agacho en sucesivas ocasiones, cojo montoncitos de calidad arena y la dejo escurrir entre mis dedos para comprobar la dirección. El día parece perfecto porque además el viento ha rulado y ahora viene del interior, lo que significa que voy a poder navegar un lado a otro de la playa y mirando al mar que es lo que más me gusta. También observo el cielo en busca de nubes sospechosas. Adquirí la costumbre cuando vivía en Holanda (siempre hay nubes en Holanda). Aquí no hace falta, pero es un buen hábito.

Saco la cometa. Mi preferida. Es granate y azul, con una franja blanca separando ambos colores. Me la regalaron tras mi accidente y nunca me ha dado el más mínimo susto. De todas las que tengo, es la de comportamiento más noble. Me alejo unos 25 metros en ángulo casi recto con la dirección del viento con la cometa en una mano y las vías en el bolsillo de atrás. Arrodillado, desdoblo la cometa primero de un lado, siempre el derecho, poniendo montones de arena en el labio inferior de la cometa para que quede varada. Vuelvo a sorprenderme de lo que me gusta la sensación de meter las manos en la arena y dejarla escurrir lentamente. Repito la operación con el lado contrario.

A continuación fijo, con un sencillo nudo de alondra, los extremos de las líneas principales y frenos a la cometa. Vuelvo sobre mis pasos desenredándolas completamente hasta llegar dónde había dejado la mochila. Coloco los mandos. Antes de ponerme los “leash” de seguridad oteo una vez más el horizonte, recojo todo en la mochila y me la pongo en la espalda.

Todo está en su sitio. Ahora sí. Me coloco alrededor de las muñecas los leash, levanto suavemente los mandos incorporándome al mismo tiempo y con un sutil movimiento, adelantando las muñecas y dando un ligero paso atrás, la cometa se libera de al arena y se infla inmediatamente. El sonido es preciso. Es cómo si respirase. Rápidamente se lanza hacia arriba. Como un cohete se coloca en el cenit y, simplemente insinuando un poco de resistencia con la mano derecha, la cometa se clava justo encima de mí.

Siempre hace lo mismo y yo aprovecho el momento para respirar y relajarme antes de empezar. Aunque pueda parecer tonto los siguientes minutos me dedico a comprobar que todo este en orden. Hago una serie de figuras en el lado derecho, las repito en el lado izquierdo. Siempre evitando la ventana de potencial principio. La cometa tira. Claro que lo hace. Es una cometa de tracción. Pero esta tan bien diseñada y se maneja tan fácilmente que es sencillísimo mantenerla en las zonas seguras (los laterales y el cenit).

Hago un par de trucos más cruzando esta vez la ventana de potencia. Hago un par de saltos, llevando la cometa rápidamente de un lado a otro, corriendo en dirección contraria y tirando fuerte del mando de ese mismo lado cuando la cometa te ha sobrepasado. Lo he hecho un millón de veces, pero la sensación de cuando los pies despegan del suelo, siempre me hace feliz. Es como tener una regresión a la infancia. Lo repites una y otra vez y no pierdes la capacidad de emocionarte.

Llevo la cometa al cenit una vez más y me preparo para montar en el mountainboard. Esta a una par de metros de mí. Me acerco, mirando al suelo, mientras sigo manteniendo con pequeños movimientos de dedos la cometa sobre mí. Meto uno de los pies en el estribo del mountain. Con unos cuantos movimientos de tobillo lo hundo hasta que queda completamente enganchado. Por un momento vuelvo a mirar la cometa y la estabilizo. Monto el segundo pie en su estribo. Respiro y empiezo a bajar un poco la cometa para coger la velocidad. Los momentos más difíciles son los primero, hasta que coges la inercia y puedes colgar un poco tu cuerpo para contrarrestar la fuerza del viento.

No tienes que hacer fuerza sólo dejar bien estirados los brazos y dejar que tu peso haga el trabajo. Los primeros metros voy despacio, llevando la cometa muy alta, pero en seguida la bajo un poco más y empiezo a hacer ochos con ella. No hace falta hacerlos muy largos porque hay viento de sobra y a los pocos segundos la velocidad es considerable.

La siguiente media hora me dedico a dejarme lleva por el viento. No intento trucos ni ceñir contra el viento. Mi único interés es disfrutar, sentir el viento, el sol en mi cara y sentirme libre. Recorro unos diez kilómetros en los cuales me he cruzado con no más de tres o cuatro paseantes. Todos me miran con cara de envidia. Probablemente porque ven mi cara de felicidad.

Inicio el camino de regreso, en el camino, practico trucos de derrape e intento pequeños saltos. Todavía no lo domino y desde luego ni me atrevo a pensar en hacer mortales adelante o hacia atrás como he visto hacer en los videos de youtube. Además desde que me rompí la clavícula he decidido disfrutar sin arriesgar demasiado. La cult se comporta maravillosamente, como siempre. Esta vez paso de largo mi apartamento en el extremo del paseo y decido llegar hasta el mismo pueblo. En las inmediaciones hay algún kitesurfista que esta preparándose para entrar al agua. Nos saludamos con la mano. Desde el paseo unos niños del pueblo hacen gestos a sus madres señalando el mountainboard. Estoy seguro de que están intentando convencerlas de comprarles uno.

Durante una hora más me dedico a ceñir, derivar, y aprender a navegar a favor y cortaviento. Hoy el viento es muy favorable, pero es necesario aprender a ir en todas direcciones para cunado el viento es perpendicular a la playa y tienes que ir siempre ciñendo y remontando.

Sudando y agotado, decido parar y bajar la cometa al suelo. Además una punzada en mi estómago me recuerda que son más de las tres de la tarde y que no he comido nada desde el desayuno. Recojo la cometa rápidamente y me marcho al puerto. Como en un puesto de pescados fritos por unos tres euros. Los barcos salen diariamente y, por tanto, los pescados son realmente frescos. Cuando termino voy a la plaza y me tomo un té. El camarero aburrido ante la falta de turistas se sienta conmigo y charlamos. Me ha visto en la playa y me pregunta por la cometa. Le propongo que venga un día conmigo y que yo le puedo enseñar. Sin embargo él no parece tenerlo muy claro y mira de reojo al mountainboard como si fuera un artefacto prodigioso y peligroso a partes iguales.

Cuando termino, voy al mercado de la medina. Compro verduras, especias y pollo. Esta noche me quiero cocina un Tajin. Vuelvo a casa paseando tranquilamente. Por un momento tengo la tentación de volver a la playa para sacar la cometa grande ahora que ha bajado un poco el viento. Descarto la idea enseguida. Estoy un poco cansado y tengo que escribir un rato antes de ponerme a preparar la cena.

Ya en el apartamento, me descalzo y pongo ropa cómoda. Me preparo un café y me siento en el ordenador frente a la ventana. Antes de empezar, voy a la cocina y empiezo a preparar las verduras y la patatas a fuego muy lento. Toda la casa se inunda de olor a aceite de oliva y especias. Escribo durante unas tres horas y media, aunque mi mirada se ha desviado muchas veces a la playa y al pueblo que se divisa al fondo hasta que se ha hecho de noche.

Cuando termino llamo a mi novia que no ha podido venir. Le cuento mi día y me parece que no hubiera hecho nada especial. Sin embargo, ¡cómo me gustaría que fueran así todos mis días!.

Pongo un poco de música, y ceno tranquilamente con una copa de vino. El Tajin ha tardado más de tres horas en hacerse, pero ha valido la pena. Leo un rato y enseguida me voy a la cama. Son las once de la noche y, para Marruecos es muy tarde. Mañana probablemente repetiré el horario, aunque también tengo que ir a cortarme el pelo y, si estoy muy caprichoso igual me animo a ir al hamann a que me den un masaje. Me quedo dormido en escasos minutos. No estoy cansado, pero sí absolutamente relajado.

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